El Cinco de Marzo es fiesta en Zaragoza desde el año 1839, aunque ha habido periodos de la Historia en los que ha sido censurado por su carácter progresista. La fecha recuerda los acontecimientos de la madrugada del 4 al 5 de marzo de 1838, en los que la población zaragozana rechazó un ataque carlista. Por ello, la ciudad recibió el título de "Siempre Heroica".
A continuación, expongo cinco claves para comprender lo que fue y supuso "aquella memorable jornada".
1) Guerra civil y guerra internacional. Entre 1833 y 1840 se desarrolló la Primera Guerra Carlista, pero fue mucho más que una guerra entre dos aspirantes al trono de España. El combate trascendía a la reina Isabel II y al pretendiente Carlos Mª Isidro (Carlos V). Los apoyos fundamentales de la reina Isabel fueron los liberales y los de Don Carlos, los absolutistas más convencidos. A su vez, cada uno de los bandos en liza, contó con apoyos exteriores. A los isabelinos les apoyaba la Cuádruple Alianza, es decir el pacto de ayuda mutua que en 1834 firmaron las monarquías liberales de España, Francia, Reino Unido y Portugal. De esta forma, unos 10.000 británicos lucharon en el ejército isabelino como Legión Auxiliar Británica; también unos 6.000 portugueses formaron la División Portuguesa; y 5.000 combatientes de la Legión Francesa. Por el lado carlista, recibieron apoyo económico de las potencias absolutistas de Austria, Prusia y Rusia, así como combatientes voluntarios prusianos e irlandeses. Y esto era así porque estaban en conflicto dos grandes ideas y proyectos que trascendían fronteras y estaban en guerra desde, al menos, 1789 en Europa y América: la Revolución liberal y la Contrarrevolución absolutista.
2) La crueldad de la guerra en Aragón. La guerra civil carlista se caracterizó por la espiral de violencia desatada en el frente y en ambas retaguardias, una guerra inmisericorde que devastaba poblaciones, en donde se fusilaba a los prisioneros, no se reconocía al enemigo como tal, se le deshumanizaba, dándose cruentos y dramáticos episodios de violencia. Esto llevó a la firma del Convenio Eliot en 1835, el cual puso fin a los fusilamientos indiscriminados y posibilitó el canje de prisioneros... pero solamente en el frente vasco-navarro, no en el resto del territorio español. En Aragón, que fue escenario principal y sangriento de la guerra, esta siguió sin ningún límite. Los fusilamientos de alcaldes, mujeres, soldados; la quema de poblaciones, de milicianos atrincherados en iglesias, los linchamientos de prisioneros, la más salvajes represalias etc. estuvieron presentes hasta que en 1839, ya hacia el fin de la guerra, se firmó el tratado de Segura (o de Lécera) entre Van Halen y Cabrera, para dar un mínimo barniz de humanidad a la guerra en Aragón. Episodios dramáticos fueron los linchamientos de absolutistas en Zaragoza, los fusilamientos de los alcaldes isabelinos de Torrecilla y Valdealgorfa, el fusilamiento de María Griñó (madre de Cabrera), la quema de la iglesia de Aguarón con sus defensores (liberales) dentro, el maltrato a los presos isabelinos de la batalla Villar de los Navarros que acabaron dándose al canibalismo en la prisión de Cantavieja...
3) Politización y apoyos transversales en ambos bandos. La violencia no fue solamente cosa de las autoridades que, de hecho, intentaban controlarla, sino que en numerosas ocasiones, en las retaguardias, fue un modo de expresión y acción política de distintos sectores de la población. Es decir, la violencia expresó la intensa movilización y politización de una sociedad fracturada que tomó posición. Habitualmente se ha caído en tópicos como que España no era "ni liberal ni carlista" o bien que el carlismo se apoyaba en el campesinado rural y el liberalismo en la burguesía urbana. Pues, bien, no fue así o, como mínimo, fue mucho más complejo. En 1833-1834 el carlismo intentó sublevar a las ciudades, pero las fuerzas gubernamentales se lo impidieron, y fue entonces, cuando su estrategia miró al medio rural donde consiguió asentarse por razones geopolíticas. El campesinado rural basculó entre liberalismo y carlismo dependiendo de la región, los regímenes señoriales previos, cuestiones económicas y políticas. Así, por ejemplo, en la ribera del Ebro y en la hoya de Huesca, el campesinado fue eminentemente liberal (y revolucionario) mientras que en El Maestrazgo y Bajo Aragón fue carlista. En Zaragoza, la población fue ampliamente liberal (y esparterista) aunque en barrios como San Pablo o la Magdalena había apoyo al carlismo. En casi cualquier localidad hubo división vecinal entre liberales y carlistas, disputas políticas y armadas, represalias entre ambos proyectos sociopolíticos para la nación que se entremezclaban con disputas locales, dando nuevos significados desde abajo a lo que debía ser el liberalismo y el absolutismo. En la provincia de Zaragoza he registrado más de un centenar de poblaciones donde se dieron este tipo de conflictos. Asimismo, una guerra no se prolonga siete años sin apoyos populares en ambos bandos, y con una movilización tan acusada, pues a las tropas regulares (200.000 isabelinos, 50.000 carlistas) se debían sumar la multitud de cuerpos francos y milicias (400.000).
4) Una Zaragoza atenazada por el miedo. Zaragoza se situaba entre los tres grandes frentes de la guerra carlista. Estaba justo en medio del frente navarro, el catalán y el del Bajo Aragón-Maestrazgo. Su situación se complicó a partir de septiembre de 1837. Y es que cuando la Expedición Real fracasó, el general carlista Cabrera hizo la guerra por su cuenta, creando un auténtico estado carlista en torno a Morella y Cantavieja. Desde allí, dominó un amplio territorio que iba desde el sur del Ebro hasta la Huerta de Valencia. Zaragoza era su horizonte, su frontera. Los pueblos de las riberas del Jalón y el Huerva estaban a su merced. Caspe y Alcañiz sufrían asedios carlistas. La Almunia, Paniza o Aguarón eran repetidamente saqueados. Los liberales ricos de dichas poblaciones huían y se refugiaban con sus familias en Zaragoza. Otros liberales, los más pobres, no tenían otra que defenderse como podían en fuertes e iglesias fortificadas de sus pueblos, mientras esperaban la llegada de tropas de socorro. Desde 1835, la ciudad de Zaragoza se caracterizó por su fama de revolucionaria. En ese año vivió dos grandes motines antiabsolutistas, en donde se intentó asaltar el palacio arzobispal, se dio muerte a 13 clérigos filo-carlistas y se asaltaron las viviendas de absolutistas. En 1836 la ciudad se unió a la Revolución y formó una Junta que proclamó la Constitución de 1812. Un prusiano al servicio de Cabrera definió a la ciudad como el lugar donde "se concentra la plebe más revolucionaria de todo Aragón". Los carlistas tenían en el punto de mira a una Zaragoza que veían como hidra de la revolución y una preciosa joya que conquistar. Y el vecindario zaragozano era consciente de ello, y no quería padecer los horrores del saqueo y la represión. En la ciudad corrían las noticias, los rumores, afluían refugiados... El miedo se convirtió en un clima colectivo casi de psicosis. Y no sólo se temía a Cabrera sino a los posibles traidores del interior, a los posibles apoyos del carlismo dentro del casco urbano.
5) La sorpresa factible. ¿Ni 3.000 soldados para asaltar una ciudad de 30.000 habitantes? ¿Qué locura es esa? Esto es lo que a veces se ha pensando del intento carlista de tomar Zaragoza con 2.000 infantes y unos centenares de jinetes. Sin embargo, era una "locura factible". Primero, hay que tener en cuenta que el grueso del Ejército del Centro o de Aragón estaba fuera de la ciudad, pues acudía en socorro de Gandesa, sitiada por Cabrera. Los mandos militares isabelinos no creían que Cabrera fuera a dividir sus fuerzas, y menos en un ataque arriesgado (erraban). En segundo lugar, se debe tener presente que los carlistas contaban con algunos apoyos en el interior de Zaragoza, pues desde dentro se les lanzaron escalas con las que treparon las tapias y consiguieron abrir la Puerta del Carmen, justo después de que los serenos se retiraran a dormir sin ver nada extraño (vaya ojo tuvieron). En tercer lugar, el plan no era retener la ciudad por mucho tiempo, sino obtener botín con el que financiarse, dar un golpe a la moral isabelina, o, en todo caso, si se iba a ocupar la ciudad en seguida hubieran arribado tropas de refuerzo mandadas por Cabrera o desde Navarra. En cuarto lugar, la ciudad estaba desprevenida y de resaca tras el carnaval. Y en quinto lugar, el general Cabañero no pensaba encontrarse la resistencia que se encontró en las calles de la ciudad. Sus tropas llegaron hasta el Coso sin problemas. La imprudencia de dar gritos en favor del rey Carlos fue lo que alerto al vecindario que tomó las armas. No en vano, Zaragoza contaba con casi 4.000 hombres en las filas de la Milicia Nacional. La resistencia a los carlistas fue espontánea, sin mando, pero exitosa. En dos horas de combate callejero, los carlistas eran derrotados, dejando tras de sí 217 muertos, un centenar de heridos y casi 600 prisioneros.
Daniel Aquillué Domínguez
Para saber más, bibliografía:
MAYORAL TRIGO, Raúl: El cinco de marzo de 1838 en Zaragoza. Aquella memorable jornada..., Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2014. (Leer reseña)
AQUILLUÉ DOMÍNGUEZ, Daniel: El liberalismo en la encrucijada: Entre la revolución y la respetabilidad 1833-1843, Tesis Doctoral, Universidad de Zaragoza, 2017.
- "Líderes populares y bandas políticas en la Zaragoza de 1835-1843. El caso de Melchor Luna "Chorizo", en Revista de Historia y pensamiento contemporáneos XIX y Veinte, 13 (2017), pp. 115-125.
- "Entre burgueses de levita, milicianos empoderados e ilusiones liberales", en PEIRÓ, Ignacio y FRÍAS, Carmen (coords.): Políticas del pasado y narrativas de la nación en la España contemporánea, PUZ, Zaragoza, 2015, pp. 47-66.
RÚJULA, Pedro: Realismo y carlismo en Aragón y el Maestrazgo (1820-1840), PUZ, Zaragoza, 1998.
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