Corría el año de 1837, y España estaba en guerra -la Primera Guerra Carlista, 1833-1840-. Era un cruento conflicto civil de relevancia internacional. Estaba en juego el trono de España -Isabel II o Carlos V-, el sistema de gobierno -Constitucional o Absolutista-, los movimientos en liza desde 1789 -Revolución o Contrarrevolución- y el orden europeo.
Las tropas del Ejército del Norte, al mando del general isabelino Baldomero Espartero consiguieron levantar el Sitio de Bilbao en las navidades de 1836. Tras ello, en la primavera del año siguiente de 1837 bloquearon la frontera con Francia -el denominado Plan Sarsfield, ejecutado por este general, Espartero y el británico Evans- con lo que lograron aislar al territorio carlista de País Vasco y Navarra. Ya no podían recibir suministros, armas y voluntarios de las potencias absolutistas europeas, que traspasaban la frontera ante la vista o ineptitud de la gendarmería de Luis Felipe de Orleans, rey de los franceses. Y ello, a pesar de que según el Tratado de la Cuádruple Alianza, debían evitar aquello.
Fracasados ante los muros de Bilbao y rodeados en una pequeña porción de terreno, los carlistas decidieron pasar a la ofensiva con una gran Expedición que llegara a Madrid. A esa necesidad, por falta de suministros para prolongar la guerra, se unió la oportunidad política. La regente María Cristina de Borbón odiaba a los liberales progresistas más que a su cuñado y seguidores. Es por esa razón que ofreció abrir al Pretendiente Carlos las puertas de la capital, si este le libraba de esos revolucionarios que para la Monarquía no se alejaban mucho de los que en 1792 habían asaltado el Palacio de las Tullerías.
De esta forma, en mayo de 1837, la Expedición Real salió de Estella con el mismo Don Carlos y su corte al frente. 12.000 soldados carlistas la componían. Entraron en Aragón ante la atónita mirada del gobernador militar de Cinco Villas, Patricio Domínguez, y el temor de milicianos de distintas poblaciones, como los de Luesia -que se amotinaron y refugiaron en Uncastillo-. Un ejército isabelino al mando de Iribarren y León les seguía en paralelo, hasta que una precipitación les obligó a presentar batalla entre la ciudad de Huesca y la ermita de San Jorge. La debacle isabelina fue total, cayendo muertos sus dos generales. Era el 24 de mayo. Cuando la noticia llegó a Zaragoza cundió el pánico. Marcelino Oráa, que mandaba el Ejército de Aragón y combatía a Cabrera en El Maestrazgo, reunió y reorganizó fuerzas, y a marchas forzadas alcanzó a la Expedición Real en Barbastro, sólo para ser derrotado el 2 de junio.
Los carlistas se internaron ufanos en Cataluña, donde la suerte no les sonrió, a pesar de tener adeptos, pues en Grá fueron derrotados por el Barón de Meer. Giraron hacia el sur, cruzaron el Ebro y pudieron abastecerse en El Maestrazgo y Bajo Aragón, dominados por el general Cabrera. Intentaron una infructuosa incursión en las provincias de Castellón y Valencia, tras la cual volvieron al entorno seguro de Cantavieja y Morella. Reforzados con los carlistas aragoneses, ya solo restaba marchar hacia Madrid, donde pensaban les recibirían con los brazos abiertos. No en vano, parte de las clases populares de la capital eran carlistas, y la Regente quería librarse del gobierno liberal progresista... pero eso lo consiguió antes, con ayuda de militares conservadores que dieron un pronunciamiento en Aravaca, haciendo caer al gobierno de Calatrava.
Ante el avance carlista, todas las fuerzas militares isabelinas se movilizaron e idearon una estrategia para coger entre tres fuegos, en una pinza, a toda la Expedición Real cuando esta abandonase la seguridad de El Maestrazgo. En agosto de 1837, entre Calatyud, Daroca y Cariñena se situaron tres ejércitos, el de Espartero -quien estaba pendiente de la Expedición Real y de la expedición de Zariategui en Castilla-, el de Oráa y el de José Buerens. Los tres debían actuar coordinadamente, pero no fue así.
El más débil era el comandado por Buerens, con apenas 7.000 soldados y escasa caballería. Precisamente a este tentó Cabrera, para romper el cerco y evitar a los otros dos oponentes, dejando expedito el camino a Madrid. Buerens se precipitó, mal informado, y salió de Belchite a Azuara, y de allí a Villar de los Navarros, donde le esperaba el grueso de la Expedición Real con sus 12.000 soldados, de los cuales 1.500 eran de caballería. Esta jugó un papel fundamental en la victoria que consiguieron los carlistas en los campos entre Villar y Herrera de los Navarros el 25 de agosto de 1837. De hecho, el momento crítico fue cuando la caballería carlista arrinconó a gran parte de la infantería isabelina en un barranco conocido como Cañada de la Cruz. La división de Buerens quedó destrozada. La debacle isabelina fue monumental: al menos 50 muertos (según la fuente 500 o incluso 1.200), 200 heridos y... casi 1.500 prisioneros, de los que pocos sobrevivieron -dándose casos de canibalismo en las cárceles de Cantavieja-. Los carlistas tuvieron 300 bajas.
El general Buerens y los restos de su división entraron a las 18:00h del 25 de agosto en Cariñena. El mismo Buerens había sido herido "de bala en el pecho". En el parte que dio el comandante de armas de Cariñena se intentaba tranquilizar a la opinión pública, indicando que la pérdida "no ha sido tanta como se creyó en un principio". En Cariñena entraron esa tarde más de 100 heridos, siendo atendidos por el ayuntamiento y la población. A pesar de la derrota, entre las tropas isabelinas, destacó el "denuedo" de los batallones de Córdoba, de Almansa y Guardia Real. De igual manera, la prensa liberal intentaba aminorar la derrota, señalando la bravura de los soldados isabelinos, achacando la derrota a "la falta de caballería" y al mayor número de enemigos, sin dejar de criticar la precipitación de Buerens y confiando en que Espartero acabará por derrotar a la Expedición Real -como efectivamente pasó, en septiembre-.
Victoriosos en Villar/Herrera los carlistas marcharon a Madrid, a cuyas puertas llegaron el 12 de septiembre. Cabrera quería asaltar la ciudad. Don Carlos esperó que María Cristina le abriera las puertas. Eso no sucedió nunca, pero lo que sí ocurrió es que Espartero llegó con su ejército y cerca de Guadalajara, en Aranzueque, desbarató a las tropas carlistas que iniciaron una penosa retirada hacia el Norte. Cabrera, desde ese momento, hizo la guerra por su cuenta, en su reino de taifas que fue El Maestrazgo y Bajo Aragón, prolongando la cruenta guerra hasta 1840.
Daniel Aquillué Domínguez
BIBLIOGRAFÍA:
F. CABELLO, F. SANTA CRUZ, y R. M TEMPRADO: Historia de la guerra última en Aragón y Valencia (ed. Pedro Rújula), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2006.
Eco del Comercio, 29 y 30 de agosto de 1837, núms. 1217 y 1218.
Daniel AQUILLUÉ: El liberalismo en la encrucijada: Entre la revolución y la respetabilidad 1833-1843, Tesis Doctoral, Universidad de Zaragoza, 2017.
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PD.: Dejo algunos recortes más de la prensa de esos días, concretamente de La Estafeta y El Castellano:
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