A
menudo se escuchan frases del estilo: “En 1808 nos tendríamos que haber dejado
conquistar por los franceses, traían las ideas de la Revolución”.
Bueno,
pues no fue así.
Para empezar, en 1808 el Reino de España
no fue invadido por Siéyes y Robespierres. Era el ejército de Napoleón Bonaparte, Emperador, es
decir, quien había dado un golpe de estado en noviembre de 1799 y luego
autoproclamado Emperador, a sí mismo, en diciembre de 1804. No era la Francia ni
de la Asamblea Nacional de 1791 ni del Comité de Salud Pública de 1794. Era una
Francia de monarquía de Carta Otorgada, es decir, un régimen pseudoconstitucional, en que el poder estaba concentrado en
manos de una persona, Napoleón, y el cual se basaba en buena medida en el
carisma adquirido en victorias exteriores. Por otro lado, nunca está de más
recordar que Francia restauró los Borbones de 1815 a 1830 (1848, incluyendo la
rama menor de los Orleans) y luego otros veinte años más de autoritarismo
bonapartista (II Imperio) que fue seguido de una III República que se impuso a
sangre y fuego en una guerra civil contra los revolucionarios communards en 1871. También conviene
reincidir en que las tropas napoleónicas invadieron
el país, con sus consiguientes requisas, saqueos y destrucciones. Napoleón puso
a su hermano José en el trono de España, y este otorgó el Estatuto de Bayona,
que no desmontaba el sistema feudal y establecía la Religión Católica como oficial,
algo de Ilustración, pero poca.
En España, la Monarquía de Carlos IV ya estaba tocada en su legitimidad desde las
crisis de subsistencias de 1804 y 1805, más aún cuando todo el mundo miraba con
recelo el poder despótico que
acumulaba Godoy. Muera el mal gobierno era grito tanto de los diputados
liberales de Cádiz como de los campesinos que dejaron de pagar impuestos y
degollaban franceses durante la Guerra de Independencia. Los liberales pensaban
en “atar a la monarquía al palo de la Ley”, en evitar despotismos ministeriales
como el de Godoy, en ensoñaciones historicistas de libertades perdidas, y en
miradas a la Constitución francesa de 1791 (de monarquía constitucional). Por
su parte, las clases populares pensaban en un rey paternal, impagos de impuestos
ilegítimos, regulaciones de precios, evitar malos consejeros en torno al rey, y
control de autoridades locales. Pero nadie pensaba en repúblicas, y menos en
posibles libertades francesas traídas a base de bayonetas y cañones. Entre 1808 y 1814 hubo en España un
proceso revolucionario en dos vertientes, la liberal avanzada que forjó una
avanzada Constitución liberal, y la popular que pretendió librarse de impuestos
y malas autoridades, y para ninguna de las dos era Fernando VII un problema
(todavía).
Y entre tiras y aflojas, la Revolución Liberal se impuso
definitivamente en España en el verano de 1836, imponiendo a la Monarquía
Borbónica un constitucionalismo que no quería, y ganando en los años siguientes
al absolutismo en los campos de batalla.
Daniel Aquillué
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