Las
identidades colectivas son construcciones culturales, ya sean religiosas,
políticas o nacionales. Se construyen en un proceso de doble dirección-como
mínimo-, desde arriba y desde abajo, y generalmente frente a un “otro”.
Conceptos
como Nación y Estado, tal y como los entendemos actualmente, son hijos de la
contemporaneidad, fruto del reforzamiento de los poderes ejecutivos y de las
revoluciones liberales. Los estados modernos de Europa tuvieron su germen en
aquellas monarquías más o menos absolutas que se impusieron progresivamente
sobre distintos poderes feudales entre los siglos XVI y XVIII, mientras que las
naciones comenzaron a definirse al calor dieciochesco, ilustrado y
revolucionario. Pero sería el siglo XIX en el que nación y nacionalismos se
expandirían y potenciarían hasta desembocar en 1914 en la Gran Guerra.
Concretando
en suelo hispano y para ejemplificar, podríamos decir que el Estado español se
gesta a raíz de la entronización de la dinastía borbónica –tras una Guerra de
Sucesión que fue internacional y civil entre castellanos y castellanos,
aragoneses y aragoneses, catalanes y catalanes, valencianos y valencianos- en
1714. Será el Estado Liberal decimonónico quien –sobre todo a raíz del giro
doctrinario de 1844- definitivamente asiente las bases del Estado con
reforzamiento del poder ejecutivo y el centralismo. Por su parte, la Nación
Española tiene una larga gestación desde fines del siglo XVIII, nace un 24 de
septiembre de 1810 en la Real Ysla de León (hoy, San Fernando) y es bautizada
un 19 de marzo de 1812 en Cádiz, cuando unas Cortes con diputados de todos los
territorios de la monarquía –peninsulares y americanos- aprueban una
Constitución. A lo largo del siglo XIX, se discutirá mucho qué modelo de estado
y nación se quiere, pero nunca se pondrán estos dos conceptos en duda. A fines
de siglo, los regionalismos son usados para hacer patria, para hacer nación
(española). Pero también, en esa época es cuando se gestan otros nacionalismos
como el vasco y el catalán.
Todos
los nacionalismos tienden a buscar un relato mítico de su pasado, para crear
unos vínculos de los individuos con ese ente abstracto que es la nación. Una
nación que se intenta hacer tangible identificándola con los poderes estatales,
con los símbolos, con el enemigo imaginario de la misma. Una nación y unos
individuos que nacionalizan y son nacionalizados en un proceso de ida y vuelta.
En pleno siglo XXI, el nacionalismo y la nacionalización banal son la clave: ya
sea con una victoria deportiva, con un programa televisivo o con creaciones de
“otros”, estamos mucho mejor nacionalizados de lo que creemos.
Sobre
nación y nacionalismo se pueden leer autores como Benedict Anderson, Eric
Hobsbawm, Ferrán Archilés, Alejandro Quiroga, Billing, Álvarez Junco,
Anne-Marie Thiesse…
Daniel Aquillué
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