"Theatre de la Guerre en Espagne et en Portugal", 1710 (Biblioteca Nacional)
"Los
aragoneses y catalanes (últimos del siglo trece), siempre amigos, derrotaron en
Trapana (reino de Sicilia) los ejércitos coaligados de Carlos de Napoles,
Felipe el Hermoso, y la Silla Apostólica. Los catalanes y aragoneses,
compañeros siempre, dieron segunda rota al mismo ejército en Mesina, coronaron
a Pedro 3º en Palermo, y siempre unidos a la vista de la asombrada Europa,
tremolaron su enseña vencedora en los reinos de Italia. Ahora bien,
Excelentísimo Sr., los aragoneses y catalanes actuales son los mismos, y lejos
de haber entre ellos divergencia alguna, conservo la halagüeña esperanza de
que, si peligraran nuestras libertades, si maquinadores bastardos tratasen de
arrebatarnos la constitución querida, los catalanes y aragoneses, siempre
amigos, correrían presurosos a defenderla, y a derramar su sangre, si preciso
fuera, pudiendo asegurar a V. E. por mi parte que no sería el último soldado
que volase a la muerte o a la victoria (….) será el mayor placer de mi vida
contarme como amigo y compañero de los moradores de la S. H. Zaragoza".
Narciso de Ametller al Ayuntamiento Constitucional de Zaragoza, 16 de agosto de
1843. Fuente: Diario Constitucional de
Zaragoza.
Comienzo
con una cita del siglo XIX, época en que Nacionalismo (español en esta cita) y
Romanticismo se daban la mano en un revolucionario presente y unas
esencialistas miradas al pasado más o menos común. Al calor del Liberalismo se
creó la Nación, e incluso quienes lo combatieron asumieron la construcción
nacional y nacionalista. Buena parte de las actuales visiones de la Historia
que tenemos hoy en día siguen bebiendo de aquellas que nos dejaran unos
liberales embaucados con un Antiguo Régimen (medieval o moderno) que tan pronto
evocaba naciones atemporales como épicas de lucha contra la tiranía y en favor
del parlamentarismo u oscuros despotismos monárquicos e inquisitoriales. Narciso
de Ametller, autor de la cita inicial era catalán y español, liberal ante todo,
progresista avanzado, antiesparterista, evocaba en medio de la crisis de 1843
los lazos históricos entre los habitantes de Cataluña y Aragón, para
tranquilizar a una población zaragozana que todavía era partidaria del depuesto
regente Espartero, mientras que por el contrario, Barcelona era una de las
principales responsables de su caída.
En
los siguientes párrafos voy a procurar un esbozo, una síntesis de Historia de
dos territorios, Aragón y Cataluña, vecinos hace tiempo, y actualmente
Comunidades Autónomas de España (a la espera de saber qué nos deparará el
futuro). Comencemos por un principio.
Era
el año 1134 cuando en la batalla de Fraga fallecía Alfonso I “el Batallador”,
rey de Pamplona y Aragón. No tenía descendencia, y su polémico testamento
dejaba sus territorios patrimoniales a las Órdenes Militares (de facto bajo autoridad del Papa de Roma). La nobleza no admitió
quedar bajo dominio papal. La pamplonesa buscó un rey y se separó de Aragón. Por
su parte, el Reino aragonés dio la corona al hermano del difunto monarca,
Ramiro II “el monje”. Ese mismo año se firmaron las capitulaciones
matrimoniales entre la hija de Ramiro II y Ramón Berenguer IV, Conde de
Barcelona. Este sería Príncipe de Aragón y, su esposa, Petronila, Reina de
Aragón. Comenzaba entonces la andadura conjunta de dos entes políticos, la cual
se mantendría en el tiempo bajo la denominación de Corona del Rey de Aragón o
Corona aragonesa (o Corona de Aragón, siendo otra terminología totalmente
incorrecta).
El
Condado de Barcelona fue englobando a otros señoríos catalanes, mientras que el
Reino de Aragón hacía lo propio, ambos con una expansión feudal, de conquista y
repoblación, hacia el sur, ganando territorio y población a Al-Andalus. En
aquello tuvieron mucho que ver los “francos”, es decir, gentes venidas del
norte de los Pirineos, y también los privilegios que los monarcas daban para
los nuevos pobladores y para los existentes (importantes poblaciones mudéjares
y judías).
Ambos,
el Principado de Cataluña (adoptemos ya esa denominación bajomedieval) y el
Reyno de Aragón eran entes políticos feudales, compuestos de diversas formas de
señorío, es decir, jurídicas. El rey, a pesar de sus intentos de acaparamiento
de poder a través de oficiales reales, la creación de su Casa y Corte, de su
mesnada privada, y de una limitada acuñación monetal, era solo una esfera de
poder en un mar de cuerpos intermedios. Los señores laicos (duques, condes, marqueses,
infanzones etc.), la Iglesia (arzobispos, órdenes militares, monasterios etc.),
las ciudades, villas y comunidades de aldeas con sus Fueros y Privilegios, las
corporaciones y cofradías de oficio (luego gremios) conformaban esferas
diferenciadas apenas unidas por un mismo señor feudal a la cabeza, el Rey de
Aragón (y demás títulos que le seguían, pues eran patrimoniales y por orden
jerárquico de intitulación nobiliar). Ni siquiera todos tenían la misma
religión, pues se coexistía con importantes comunidades musulmanas (mudéjares)
y una minoría judía. Es decir, eran sociedades complejas y diversas, de poder
fragmentado en la práctica aunque todos reconocieran (no siempre) un mismo
monarca.
El
siglo XIII supuso la merma territorial de la Corona del rey de Aragón, pues la
Cruzada contra los cátaros le privó de la mayoría de territorios
ultrapirenaicos del Midi (derrota de Muret, 1213), mientras que ello impulsó a
los límites de expansión peninsular (conquistas de Valencia y Mallorca),
facilitando una expansión mediterránea, tanto militar como comercial. Las
circunstancias geopolíticas del Mediterráeo (el enfrentamiento Bizancio contra
la Casa francesa de Anjou), las cuestiones internas en Sicilia (dominio
represivo de Carlos de Anjou) y los derechos dinásticos (matrimonio de Pedro
III con Constanza de Sicilia) posibilitaron que el Reino de Sicilia quedase
integrado en la Corona en 1282. Tras una dura guerra por tierra y mar, el
dominio del Mediterráneo occidental quedó para catalanes, aragoneses,
valencianos, baleares y sicilianos, esto es, súbditos todos del rey de Aragón.
Cataluña
y Aragón, desarrollaron en la Baja Edad Media instituciones propias de gobierno
que, representando al variado ente político del Principado y el Reino, mediaban
ante el Rey, Estas eran las Cortes (estamentales), las Diputaciones del General
(con atribuciones eminentemente fiscales) y los Fueros (leyes). Además, en el
Reino aragonés surgió la figura del Justicia de Aragón (con poderes jurídicos).
Económicamente,
una vez frenada la adquisición territorial, el desarrollo comercial fue
importante. Desde Aragón se exportaban cereales, lana y azafrán, que veían su
salida a través de los puertos catalanes hacia los mercados mediterráneos,
donde comerciantes catalanes se iban estableciendo, rivalizando con Génova,
Pisa o Venecia.
La
muerte sin sucesión de Martín I “el Humano” provocó una grave crisis política
en la Corona de Aragón. Entre 1410 y 1412 se dio un auténtico juego de tronos
con altas dosis de violencias, asesinatos, banderías y demostraciones de
fuerza, hasta que tres compromisarios de cada uno de los grandes territorios de
la Corona se reunieron en Caspe (previa Concordia de Alcañiz) en 1412 para
elegir un nuevo rey común. Oro y fuerza mediante (más que sus contrincantes),
Fernando de Antequera, de la Casa Trastámara, se alzó con el trono aragonés. Unas
décadas más tarde llegó una unión dinástica entre la Corona de Castilla
(también compuesta) y la de Aragón, sellada con Carlos V de Habsburgo. Los siglos
XV y XVI fueron de esplendor en lo económico y artístico, pero de una alta
conflictividad y tensiones tanto internas, en Aragón y Cataluña: unas noblezas
levantiscas, choques institucionales entre el Rey y el Reino/Principado,
revueltas campesinas, conflictos con moriscos (mudéjares convertidos al
cristianismo, desde 1526) etc.
Bajo
la dinastía de los Habsburgo el centro geopolítico de su vasta monarquía
universal basculó hacia la nueva corte, la villa de Madrid, en el centro de
Castilla. A pesar de ello, y de los intentos de ampliación del poder regio,
Aragón y Cataluña continuaron con sus tradiciones bajomedievales. En 1640 un
conflicto social estalló en Cataluña, derivando en otro político que acabó con
el Principado en manos del rey de Francia temporalmente. En la guerra
subsiguiente, la frontera catalano-aragonesa fue frente de guerra, sufriendo a
ambos lados sus desastres. Pero pasado este conflicto, tuvo que llegar una gran
guerra para que todo cambiase radicalmente.
En
1700 moría Carlos II sin hijos. Dos pretendientes se alzaron en armas en lid
por el trono de aquella Monarquía Hispánica: Carlos de Habsburgo (el Archiduque)
y Felipe de Anjou (nieto de Luis XIV de Borbón, rey de Francia, otra monarquía
compuesta). Fue una guerra internacional y civil, de larga duración. Felipe V
juró inicialmente los Fueros y Leyes propias de los diversos territorios de su
nueva Corona, pero había recelos. El Principado de Cataluña había perdido los
condados del Rosellón y Cerdaña con el Tratado de los Pirineos de 1659, y las
tropas del rey de Francia habían llegado a asediar la misma Barcelona a fines
del XVII. Junto a una francofobia larvada, intereses económicos, presiones
internacionales (se temía una ruptura del equilibrio internacional) y celo por
conservar unos Fueros e instituciones propias, una parte sustancial de la
población catalana y la mitad de la aragonesa, tomaron las armas en nombre del
Archiduque, Carlos III para ellos, en 1705.
En
abril de 1707 las tropas franco-hispanas de Felipe V de Borbón vencían en
Almansa. Como castigo indiscriminado y general, el monarca aplicó su derecho de
conquista, decretando la abolición de todos los Fueros de los reinos de Aragón,
Valencia y el Principado de Cataluña, reduciendo esos territorios a las leyes
de Castilla. La guerra era su oportunidad de ampliar su propio poder como rey
frente a una parte importante de los cuerpos intermedios que le limitaban.
Inmediatamente hubo protestas de aquellos aragoneses, valencianos y catalanes
(nobles, villas y ciudades) que combatían por él, lo cual le llevó a rectificar
mínimamente, manteniendo algunas cuestiones de la foralidad civil y a
recompensar con títulos a aquellos borbónicos en esos territorios. Sin embargo,
y a pesar de la ofensiva austracista de 1710 (victoria de Zaragoza), la guerra
se decantó en 1714, con la toma (tras un largo asedio) de Barcelona (tras cuyos
muros se dio un interesante y complejo proceso de movilización, politización y
radicalización popular), para Felipe de Borbón, que impuso sus Decretos de
Nueva Planta. Moría así la Corona de Aragón y nacía lo que ya se podía llamar
Reino de España. Las consecuencias de aquello fueron ambivalentes. Al margen de
los desastres de una guerra tan larga, la desaparición de instituciones políticas
valencianas, catalanas y aragonesas, y de que para muchos austracistas no quedó
otra salida que el exilio, en la cuestión económica se abolieron algunas
aduanas internas facilitando el comercio, y el Reino de España (incluyendo las
Capitanías militares de Cataluña y Aragón. El poder borbónico procuró
afianzarse con una “militarización” de la administración en todos los
territorios) no fue ajeno a las corrientes de la Ilustración. Asimismo, en
1766, las ciudades aragonesas y catalanas vivieron aquellos grandes estallidos
de motines del pan, con masas populares revindicando unos precios moralmente
justos (entre otras cuestiones).
El
estallido revolucionario en Francia en 1789 supuso un enfrentamiento entre
Revolución y Contrarrevolución que trascendió fronteras. La Guerra contra la
Convención Francesa afectó al norte de Cataluña, donde se fomentó un discurso
basado en Dios, Patria y Rey frente a unos franceses calificados de impíos y
ateos. Poco después llegó 1808 y el estallido bélico y revolucionario español.
La sociedad se dividió entre afrancesados y fernandinos, si bien los segundos
eran mayoría. Cataluña vivió sometida en gran parte al Imperio napoleónico, a
pesar de resistencias como la de Girona y Tarragona, Suchet acabó de imponerse,
y Napoleón puso Cataluña bajo dominio directo francés en 4 departamentos. Louis
Gabriel Suchet fue nombrado Capitán General de Aragón por Napoleón en 1809, poco
después de que Zaragoza capitulase tras dos asedios y decenas de miles de muertos.
Vencedor en la batalla de María, afianzó su poder a lo largo del Ebro y sometió
los focos de resistencia de una parte importante de Aragón y Cataluña.
Una
vez derrotadas las tropas napoleónicas, regresó Fernando VII. Este entró por la
frontera de Cataluña en loor de multitudes, llegando a Zaragoza donde fue
igualmente recibido como “el Deseado”. Las Cortes que había proclamado la
Nación Española y su Soberanía y Libertad en Cádiz -con presencia de diputados
aragoneses y catalanes- fueron abolidas, como toda su legislación, por el rey
que, esta vez sí, fue absoluto. En 1820 se inició el Trienio Constitucional que
fue combatido por guerrillas realistas en todo el norte del Ebro, desde
Pamplona a Girona. Algunas de ellas tuvieron especial virulencia en Cataluña,
con figuras sanguinarias como el Trapense. Allí combatió Espoz y Mina a sangre
y fuego, hasta que la invasión de 100.000 soldados franceses absolutistas, lo
cercó seis meses en una Barcelona liberal que resistió hasta noviembre de 1823.
En 1827 Cataluña vivió la rebelión de los “malcontents”, un amplio movimiento
popular de carácter ultrarrealista. Entre 1833 y 1840, Aragón y Cataluña fueron
escenario clave y principal de la Guerra Carlista y la Revolución Liberal,
sufriendo importantes batallas, crueles violencias y radicales revoluciones,
tanto en las ciudades como en los pueblos. En Cataluña el Conde de España
frente a Llauder, Mina y de Meer; en Aragón, Carnicer y Cabrera frente a Álvarez,
Evaristo San Miguel, Oráa y Santos San Miguel. Isabelinos contra carlistas. En las
retaguardias, la Siempre Heroica Zaragoza, el vedado de la Reina que era
Huesca, los milicianos de la La Almoda o Mallén, la Barcelona de las barricadas,
fueron focos de la Revolución liberal frente a absolutistas y moderados.
Tras
ello llegó la paz, con nombre propio: Espartero, convertido en Pacificador y
Regente. Su regencia fue ambivalente. Amado en Zaragoza y Barcelona al principio,
odiado por la segunda al final. Zaragoza siempre fue leal esparterista,
Barcelona, aunque progresista, temió verse perjudicada por un tratado de libre
comercio con Inglaterra que nunca firmó Espartero. Junto a esos temores, los
rumores moderados y la pobreza de miles de proletarios, llevó a la rebelión
barcelonesa de noviembre de 1842. El regente marchó allí con la tropa, con
poderes constitucionales de las Cortes, y bombardeó con 800 proyectiles la
ciudad condal. Aquel castigo le pasó factura, perdió apoyos entre los suyos.
Aunque eso no evitó que luego, los trabajadores catalanes lo volvieran a
convertir en mito liberal. Sin embargo, en 1843, Barcelona y Reus se unieron a la
coalición antiesparterista. Lo que no vieron venir fue la reacción doctrinaria.
Tras echar a Espartero, a pesar de las resistencias de Zaragoza, los moderados
infringieron la Constitución progresista de 1837 y desarmaron a las Milicias
Nacionales.
Para
salvar la Constitución de 1837 y la Libertad en España, muchos puntos se sublevaron
en su favor y pidiendo la reunión de una Junta Central. Aragón y Cataluña
fueron los dos territorios que más combatieron por la Junta Central en el otoño
de 1843. Así, Barcelona, Girona, Zaragoza, Alcañiz, Figueras… fueron asediados
y bombardeados por los ejércitos al mando de generales moderados. Esta vez,
infringiendo la Constitución, 35.000 bombas cayeron sobre Barcelona y 800 sobre
Zaragoza. Luego llegó el régimen de la espada de Narváez y una Constitución
doctrinaria. Y aquí dejo la narración cronológica de esta historia, pues la cita
de inicio fue en estos momentos.
Durante
el siglo XIX se forja la Nación española desde distintos sectores sociales,
políticos y territoriales. Las distintas culturas políticas que pugnaron por el
control del Estado, desde carlistas a republicanos, pasando por liberales
moderados y progresistas, construían la Nación española, con sus propias
visiones de lo que debía ser, conformaban una cultura nacional española. Desde
los territorios, hacer región era hacer patria, y no había problema con las
identidades múltiples. Hubo que esperar a fin de siglo para que, en Cataluña,
la identidad regional deviniese en un nacionalismo propio… pero eso ya es otra
historia.
Daniel Aquillué Domínguez
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