Algunas consideraciones sobre la Guerra de Sucesión Española



Vientos de absolutismo: el camino al Estado

 El “Estado moderno” es como una muñeca rusa: estados dentro de estados dentro de más estados.
España como ente político –llamémosle “estado moderno”- se crea sobre la anulación de otros entes políticos que impedían el camino homogeneizador o unificador del poder regio, proceso similar al dado en otros lugares de Europa. Tras decretar la desaparición de instituciones políticas particulares de los territorios de la Corona de Aragón, el primer Borbón en sentarse en trono hispano simplificó aquél ente, que ya podemos denominar España –pero no entendida como nación-, pues entre su jurisdicción, fiscalidad y ejército –su poder- ya no se interponían estados como Aragón, Valencia o Cataluña –aunque resistían los fueros vascos y navarros con sus privilegios fiscales, que no políticos-. Sí se seguían interponiendo estados señoriales –laicos o eclesiásticos- con su jurisdicción propia, y privilegiados –nobleza y clero- con su exención fiscal. Los reyes intentaron siempre limitar los poderes que les hacían competencia, las doctrinas regalistas tendieron a limitar a la Iglesia y en cuanto a los nobles… con evitar su rebelión ya tenían bastante. Estos estados intermedios serían barridos por la revolución liberal de comienzos del siglo XIX, surgiendo entonces el Estado -apellidémosle ahora “liberal” si se quiere- y desarrollándose la identidad nacional, que si bien podía haber estado en las mentes de algunos ilustrados o estadistas no fue una realidad hasta que la nación se hizo sujeto de soberanía y los súbditos, que debían lealtad a su señor primero y al rey después, se convirtieron miembros de esa comunidad nacional, esto es, Ciudadanos.
Los que ocurrió en España en 1714 no fue algo excepcional. En Europa corrían vientos de absolutismo…

El camino hacia el absolutismo
(Recordando clases y lecturas de la Licenciatura…)

En Europa occidental los monarcas fueron acumulando poder a lo largo de la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) pasando de monarquías puramente feudales a unas monarquías con cierto carácter "estatal", si bien la organización seguía siendo feudal.
La  acumulación de poder en manos de la Corona se aceleró a partir de fines del siglo XV y tuvo altibajos a lo largo de la época moderna, pareciendo su punto álgido en el Continente -no en Inglaterra- en el siglo XVIII cuando incluso derivó en "despotismo" -el rey era "absoluto" pero tenía "límites" de las jurisdicciones eclesiásticas, nobiliares o de oligarquías urbanas, los llamados "cuerpos intermedios"- es decir, sobrepasó los "límites" del poder que podía acumular. Por tanto, el absolutismo es un sistema de gobierno que implica mayor poder en la figura del Rey pero no un poder total.
Por países:
-          En la Monarquía de los Austrias hispanos (España): en el siglo XV la dinastía de los Trastámara había derrotado a la nobleza levantisca en la guerra civil o se la había atraído con títulos a la par que reforzaba su poder con la Inquisición o que las tierras descubiertas fuese de realengo (esto es, patrimonio real), con Carlos V llegan los Austrias que continúan esa política de reforzamiento del poder real. Éste somete a las oligarquías urbanas castellanas tras derrotarles en Villalar (Comuneros) en 1525, a partir de entonces las Cortes estamentales castellanas serían solo consultivas y votarían servicios (impuestos). El conde-duque de Olivares pretendió en el siglo XVII, con Felipe IV, una mayor autoridad real en sus territorios, sin éxito.  En los territorios de la Corona de Aragón se mantuvo una monarquía más limitada que en Castilla por el peso de las Cortes y Diputaciones/Generalidades/Generalitats de los distintos territorios (Aragón, Cataluña, Valencia) hasta la Guerra de Sucesión (1701-1716) en que una nueva dinastía, Felipe V de Borbón, utilizando su "derecho de conquista" frente a "rebeldes"  suprimió la mayor parte de los Fueros de la Corona de Aragón y sus instituciones (Cortes y Diputaciones/Generalidades) con los Decretos de Nueva Planta (1707, 1714, 1716). A lo largo del siglo XVIII,  los Borbones y sus reformas tendieron a una mayor concentración de poderes en manos del rey, si bien mantenía privilegios de nobles, Iglesia y ciudades y villas.
-          En la Monarquía francesa de los Valois primero, Borbones después (1598, Enrique IV de Francia) el proceso fue más o menos así: en el siglo XV la monarquía salió reforzada de su victoria en la Guerra de los Cien Años, durante el siglo XVI la monarquía fue muy débil a causa de las divisiones que provocaron las sucesivas Guerras de Religión entre católicos y protestantes (hugonotes) que acabaron con la dinastía Valois. Con los Borbones comenzó una progresiva acumulación de poder que se derrumbó con la minoría de edad de Luis XIV y las revueltas de la Fronda (década 1650) pero que tras su derrota produjo de nuevo el reforzamiento monárquico en el ya reinante Luis XIV "rey Sol" y sus sucesores hasta que Luis XVI perdió la cabeza, literalmente, en 1793.
-          En la Monarquía inglesa pasó al revés que en Francia y España (que había ido más o menos de menos poder real a más poder, de pactismo a absolutismo). La monarquía Tudor que había salido débil de una guerra civil en el XV (Guerra de Las Dos Rosas, tras la de los Cien Años)  se consolida con Enrique VIII y su patrimonialización de la Iglesia (iglesia anglicana de la que es cabeza) y después con Isabel I. En el XVII la dinastía Estuardo acumula aún más poder, tanto que suscita la rebelión del Parlamento en 1640 y Carlos I pierde, literalmente, la cabeza en 1649. Con la restauración de la monarquía años después, Carlos II se ve limitado en su poder hasta que finalmente es expulsado con la Revolución Gloriosa de 1688. La nueva dinastía, los Orange, se entroniza bajo la condición de estar limitada por la "Declaración de derechos" y el Parlamento. Es una monarquía pactista que se desarrolla en el XVIII, ya como Reino Unido de la Gran Bretaña (1707).






Barcelona Bombardeada. 11 de septiembre de 1714 y más Historia

 El 11 de septiembre de 1714 se producía el gran asalto de las tropas borbónicas a Barcelona. al día siguiente la ciudad condal, uno de últimos bastiones austracistas, capitulaba. La Guerra de Sucesión había finalizado en la Península tras diez años. El conflicto internacional se había resuelto con diversos Tratados en Utrecht y Rastatt.

PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio, “Introducción. Desasosiegos nacionalistas y pactos de soberanía”, pp. 7-32.

“Se hace urgente la pedagogía contra el conflicto violento. Frente a las mitificaciones del pasado, el historiador tiene la obligación de rescatar la complejidad de cada hecho histórico para desmontar las interpretaciones monolíticas y unidimensionales. También le concierne a la historia desentrañar cómo se han construido las identidades en las que vivimos sumergidos, porque, aunque se piensen a sí mismas como esencias y sustancias naturales, toda identidad está fabricada por distintos actores sociales y con intereses siempre cambiantes” (pp. 7-8). “(…) ninguna sociedad es un bloque compacto y homogéneo, sino que, por el contrario, está organizada por clases y grupos sociales con intereses distintos e incluso opuestos (…) lo cierto es que no se puede hablar de sociedad española o de sociedad catalana como si fuesen dos bolas de billar que chocan entre sí o que se mueven por separado. 
(…) Así, en este libro se constata que los momentos más conflictivos de esta historia en común no consistieron en choques entre Cataluña y España, como si fuesen dos sociedades homogéneamente enfrentadas, sino que se produjeron entre sectores e intereses de las clases sociales que respectivamente las integraban.” (p. 9).
“(…) ni las identidades ni las culturas son inmutables. Conviene subrayarlo porque todas las identidades nacionales, sea la española, la catalana o cualquier otra, son fabricaciones históricas (…) No las impulsa un destino predeterminado ni existe un hilo conductor desde la noche de los tiempos hasta el presente” (p. 10).
Entre los siglos XVI y XIX, en lo que hoy es España se pasó “de la monarquía plurivasallática al estado nacional” (p. 11).


TORRES, Xavier, “La guerra de separación de Cataluña en la Monarquía hispánica de los Austrias (1640-1659)”, pp. 33-64

En 1640 “el conflicto dio comienzo con una insurrección rural y popular de grandes proporciones contra los tercios de Felipe IV; prosiguió con una rebelión (o resistencia) provincial e institucional, encabezada por Pau Claris y la Diputación catalana; y terminó (es un decir) con la incorporación de aquel antiguo principado a la corona francesa a principios del año 1641. La guerra subsiguiente, entre las monarquías de Francia y España, con Cataluña de por medio, tuvo sus altibajos,” (p. 33) “y a raíz de la Paz de los Pirineos (1659), Felipe IV pudo recobrar una Cataluña algo disminuida o troceada por la desmembración del condado de Rosellón y una parte del de Cerdaña” (p. 34).
“El trasfondo de un conflicto tan dilatado –o periódicamente renacido- no era sino el pulso jurisdiccional entablado entre la Diputación catalana –o más exactamente, quizá, las mencionadas juntas de Brazos y las Dieciochenas correspondientes, cada vez más crecidas- y la Corona –o sus ministros, también crecientemente envalentonados- en materia de creación e interpretación del derecho” (p. 36). [Contenciosos que se daban también, p. e. en Aragón].

“Pactismo a la catalana” (p. 38 y ss.). Una fuente de inspiración eran “alguno de los tratadistas aragoneses de la revuelta de 1591”. La monarquía hispánica era compuesta, unida sólo por un mismo rey y una misma religión. “Y si en el ámbito de la Corona de Castilla, con unas ciudades fuertes, pero con unas Cortes débiles, la voluntad del monarca no encontraba –comparativamente- demasiadas cortapisas legales, no ocurría lo mismo en los territorios de la Corona de Aragón, especialmente en el reino del mismo nombre y en el Principado de Cataluña, donde prevalecía –por lo menos sobre el papel- una forma de soberanía –como se llamaría ahora- fundada en el principio del “rey en Cortes” (…), eso significaba, en pocas palabras, que el monarca no podía legislar a su antojo, sino en presencia y con el asentimiento de los estamentos provinciales (…) reunidos en Cortes” (pp. 42-43). Un sistema institucionalizado de equilibrios.
“Por supuesto, la propia noción de ley imperante por entonces en todas partes (…) distaban mucho de favorecer la igualdad entre individuos y estamentos” (p. 44). Si en Cataluña algo podía crear “identidad” en el XVII no era ni la lengua ni la historia, sino el derecho, la legislación salida de las Cortes (p. 46). La alianza entre la Corona y las élites provinciales, no institucionalizada sino a través de redes clientelares mantenía a las monarquías compuestas del periodo, lo que no evitaba que surgieran tensiones (p. 48).
“Olivares se quejaba abiertamente de la falta de empatía o comunicación entre los distintos súbditos de la monarquía, (…) La Unión de Armas levantó ampollas en todas partes. Pero fue en Cataluña donde se originó una crisis política sin parangón;” (p. 49). Las Cortes de 1626 quedaron inconclusas, en 1635 estalló la guerra entre Francia y España, haciendo de Cataluña zona de tránsito de los tercios, con los consiguientes roces y escaramuzas entre soldados y lugareños, aunque por otro lado se despertaron celebraciones por las victorias, ya que en “Barcelona, por lo menos, el levantamiento del asedio francés de Fuenterrabía en el año 1638 se celebró por todo lo alto; o no menos que en Sevilla” (p. 52). “A principios del año 1640, la nobleza y los somatenes del Principado tampoco vacilaron en movilizarse en masa, al lado de los tercios de Felipe IV, para recobrar la fortaleza fronteriza de Salses” ya que entonces el enemigo aún eran “los herejes franceses” (p. 53).
La situación a partir de entonces fue “una mezcla de confusión, radicalización y azar” ya que “ninguno de los actores implicados pudo actuar a su antojo o manejar aquella crisis a su gusto” por la irrupción de factores imprevistos como “la revuelta popular contra los tercios” y “la acción directa de la plebe urbana” (p. 54). “Nunca las elites contaron tan poco: he aquí, pues, una de las claves del rompimiento, aunque no sea la única” (p. 55). Nadie contaba con el estallido popular y el asesinato del virrey que reduciría el margen de negociación. Por entonces, las autoridades catalanas, con Pau Claris al frente como presidente de la Diputación “estaban horrorizadas” y muy a duras penas controlaron “las sucesivas envestidas de los segadores y jornaleros que habían irrumpido en la ciudad y que en los días sucesivos, con la aquiescencia o complicidad del pueblo menudo y arrabalero de la urbe, se cebaron en particular en la persona de algunos magistrados”. En los meses siguientes continuó “esta guerra entre pobres y ricos” con “partidas de campesinos armados” que “llevaban de cabeza a las autoridades” (p. 56). “La guerra y sus avatares, ciertamente, truncaron lo que parecía ser una auténtica revuelta social en ciernes” (p. 57).
Varios dirigentes catalanes, entre ellos Claris, parecieron haber confiado en un acuerdo in extremis con la Corona, pero la campaña militar iniciada en noviembre por el marqués de Vélez y su saqueo de Cambrils dio al traste con ello. Esto aceleró la alianza con Francia, que ya habían planteado algunos nobles, iniciándose una larga guerra en que “los alojamientos de las tropas francesas se hicieron tan odiosos para la mayoría como los de los tercios de Felipe IV unos años antes” (pp. 61-62).

NADAL, Joaquim, “La Guerra de Sucesión a la Corona de España en Cataluña (1705-1714)”, pp. 65-93.

En la segunda mitad del XVII, Cataluña fue un escenario bélico permanente entre la monarquía de los Austrias y la francesa (p. 65). En 1697 las tropas francesas llegaron a sitiar y tomar incluso Barcelona, dando pie a un creciente sentimiento antifrancés (p. 66). Predominaba el ideal pactista que se había ido creando en la Corona de Aragón y se veía Holanda como modelo económico y político (p. 69).

El testamento de Carlos II generó alarma internacional por la posibilidad de la unión de las monarquías hispana y francesa, dando lugar a la Alianza de la Haya y la guerra contra Felipe de Anjou y Francia en 1702, una auténtica guerra mundial que, además, fue una guerra civil en los territorios de la monarquía hispánica. En 1711, al convertirse el pretendiente Carlos de Austria en Emperador, el peligro para el equilibrio internacional pasó a ser la unión del imperio austriaco con la monarquía hispánica (p. 71). La guerra dejó 1.200.000 muertos (p. 71).
“La guerra en la península fue a todas luces una guerra civil entre territorios, de modelos territoriales y políticos y entre personas. Porque, como es bien sabido, en una guerra civil abunda de todo menos las grandes unanimidades. (…) Felipe V aplicó sin miramientos el derecho de conquista y de ocupación militar, (…) Habría que añadir que tampoco en el propio territorio catalán se podría encontrar actitudes unánimes” (p. 72). “Cataluña vivió una evolución clara desde posiciones al inicio marcadamente constitucionalistas y antifrancesas, a actitudes de adhesión a la causa austracista durante la guerra que finalmente alcanzó posiciones directamente patrióticas y republicanas, de cuño popular y radical, en los momentos finales anteriores al desenlace” (p. 73).
En las Cortes de 1701-1702 Felipe V juró las constituciones en Barcelona, prevaleciendo el pactismo. De igual modo, en 1705 el Archiduque, Carlos III se aprestó también a convocar Cortes y jurar las constituciones. La intransigencia del nuevo virrey Velasco y la proximidad del desembarco aliado habían propiciado un movimiento deEn las Cortes de 1701-1702 Felipe V juró las constituciones en Barcelona, prevaleciendo el pactismo. De igual modo, en 1705 el Archiduque, Carlos III se aprestó también a convocar Cortes y jurar las constituciones. La intransigencia del nuevo virrey Velasco y la proximidad del desembarco aliado habían propiciado un movimiento de adhesión al Archiduque Carlos en 1704-1705. En 1707 las tropas borbónicas vencieron en Almansa y “no sin pesar de algunos sectores borbónicos moderados y constitucionalistas, se produjo una vuelta de tuerca centralizadora y absolutista”. De nada sirvió la ofensiva austracista de 1710 que acabó derrotada en Brihuega y Villaviciosa. A partir de 1711 se iniciaba una nueva guerra, de los catalanes contra Felipe V, ya que lo sucedido en Aragón y Valencia no permitían albergar ninguna esperanza (p. 79). Los Tratados de Utrecht en 1713 y de Rastadtt/Baden en 1714 pusieron fin al conflicto internacional.
“Durante un tiempo los aliados y también el emperador habían mantenido la guerra en Cataluña como un instrumento para obtener mejores bazas en la negociación. Cuando se cerró el proceso de los tratados, la resistencia a ultranza de los territorios que seguían fuera del dominio de Felipe V, y en particular Barcelona y Cardona, se produjo por la determinación de las instituciones y de la sociedad catalana, y más particularmente la barcelonesa, a no ceder” (p. 81). “El argumento decisivo fue la defensa de los privilegios y de las constituciones”. En julio de 1713 las últimas tropas austriacas abandonaban Barcelona, Cataluña quedaba a su suerte (p. 82). La Junta de Brazos se reunió y decidió continuar la resistencia. A partir de febrero de 1714 toda la iniciativa quedó en manos del Consell de Cent. En el verano de 1714 el duque de Berwick tomó la dirección del sitio borbónico de Barcelona. Al frente de 40.000 soldados, los bombardeos y las brechas en los muros barceloneses auguraban un pronto final. Rafael Casanova y Antonio de Villaroel dirigían a los defensores.
El día del asalto final a Barcelona fue el 11 de septiembre de 1714 tras el fracaso de las negociaciones para una capitulación. El día 13 se produjo la ocupación definitiva de la ciudad, tras lo cual Berwick inició una represión mientras que por otra parte, exoneró algunos dirigentes civiles como Casanova. El fin de la Guerra de Sucesión provocó el exilio de 30.000 austracistas (p. 86) y la implantación del modelo borbónico. Ernest Lluch escribió en 1994 que “La derrota de 1714 supuso la pérdida de las libertades catalanas y de las libertades españolas defendidas desde Barcelona” (p. 90).

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Los dos últimos capítulos del citado libro son referentes a la Cataluña y Barcelona de la Revolución Liberal y Guerra Carlista de 1833-1840 y regencia de Espartero 1840-1843, y referente a la Semana Trágica de Barcelona. El primero de ellos está escrito por Manuel Santirso y tras hacer un repaso a los sucesos de aquellos convulsos años señala cómo la Revolución Liberal en España también se hizo  desde Barcelona y cómo durante los bombardeos de Barcelona de 1842 y 1843 había dentro y fuera de la ciudad catalanes partidarios y detractores y que, en ningún caso tuvieron matices nacionales aquellos conflictos. Pero estas cuestiones me las dejo quizás para otra entrada...

Estos días que he leído algo sobre la revolución inglesa del siglo XVII y algo sobre la Guerra de Sucesión Española... he pensado en el hipotético caso de que se hubiese podido desarrollar -es decir, con victoria militar- el radicalismo popular que se dió en la Cataluña austracista a partir de 1713... y he pensado que una de dos:
O sus impulsores -pequeños burgueses, artesanos, clases populares urbanas y sectores campesinos con una religión bastante heterodoxa quizás similares a los cavadores, niveladores y demás "trastornados" ingleses del XVII- hubieran acabado en prisión, en la horca o demás patíbulos por las autoridades austracistas, catalanas o no.
O bien, los nobles -catalanes, austracistas o no- y la burguesía protocapitalista hubiesen caído vícitimas de la justicia popular o colgado de la horca...porque los franceses aún no habían puesto de moda la guillotina.






1714, fin de la Guerra Civil y ¿una involución política?



La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto con múltiples caras y en la que se jugaron diferentes cartas: una guerra dinástica, una guerra internacional y muchas guerras civiles. 

Guerras civiles pues las legitimidades hacia un rey u otro dividieron a las autoridades, ciudades, villas y pueblos de los territorios peninsulares de la Monarquía de los Austrias de Madrid. Si la Corona de Castilla fue mayoritariamente borbónica –y sobre todo las provincias vascas y el Reino de Navarra- y el Principado de Cataluña lo fue austracista –a partir de 1705-, ello no implica que no hubiera castellanos austracistas y catalanes borbónicos, y esas minorías sufrieron exilio. En los reinos de Aragón y Valencia la población se dividió casi al 50%, la mitad apoyaba a Felipe de Anjou y la otra mitad a Carlos de Austria. Por tanto, tras lo dicho hubo guerra civil, no entre españoles –pues no existía España como ente-, sino entre los propios castellanos, catalanes, aragoneses, valencianos…

Los Decretos de Nueva Planta ¿Una involución política? Se suele decir que la Guerra de Sucesión enfrentó dos proyectos políticos: absolutismo frente a pactismo. Pero ello no estaba nada claro hasta al menos 1707 cuando tras la victoria de Almansa, Felipe V ejerce sus derechos de conquista y abole los Fueros y Libertades –leyes e instituciones propias- de Aragón y Valencia. En 1714 le tocó el turno a Cataluña. Bien, ¿fue ello una involución política? Depende de cómo lo veamos.

Si lo comparamos con lo que había antes y lo que hubo inmediatamente después, lo fue, desaparecieron órganos de representación del reino –si bien netamente estamentales-, desparecieron privilegios generales que favorecían a una parte sustancial de la población y otros privilegios de unas minorías, por tanto, visto así, fue una involución política.

Si comparamos con lo que existía en la Europa del momento… pues sí, fue una involución no continuar por los pasos del pactismo y parlamentarismo británico… pero eso era la excepción porque en el Continente predominaban las monarquías absolutas, por tanto, fue involución política pero era la tónica general europea.

Si lo vemos a largo plazo… el afianzamiento de la monarquía absoluta supuso la posibilidad de una revolución liberal y el establecimiento de sistemas representativos y a la larga y con muchos vaivenes condujeron –aunque bien podrían no haberlo hecho, no estaba escrito el destino- al sistema actual con sus defectos, pero no muy diferente del de nuestros vecinos. Si se hubiesen mantenido los sistemas pactistas de la Corona de Aragón ¡hubiésemos sido un sistema parlamentario al estilo inglés! Pues igual sí, es probable… pero a la larga… ¿seguro que el sistema inglés es tan bueno? Mantienen una cámara aristocrática –no electa totalmente- como la de los Lores, mantienen una monarquía más costosa y estrafalaria ¡que además es cabeza de una confesión! No sé yo… qué es mejor, la verdad.

Para ir acabando ¿1714 fue una involución económica? Pues todo parece apuntar a que no, ya que las medidas borbónicas tendieron a eliminar  algunas aduanas internas lo cual sentó bases para crear un mercado “nacional”, lo cual aumento los beneficios económicos de unos y otros, estableciéndose los pilares de la protoindustria barcelonesa.


Y finalmente ¿1714 fue una involución identitaria? Si proyectamos nuestra mentalidad nacionalista presente hacia el pasado sí, pero si entendemos que las naciones son comunidades imaginadas (B. Andersson), construcciones de las revoluciones liberales de fines del XVIII y el XIX, pues no porque no existía identidad nacional ni catalana ni española ni francesa. La identidad del campesino de Lleida siguió siendo la de su señor, y a ese señor que podía ser un monasterio, un noble catalán, castellano o aragonés, le daba igual que le hablase en catalán, en castellano o lo que fuera mientras pagase. Y de hecho, ese campesino siguió hablando en catalán y muy probablemente no aprendería castellano hasta varias generaciones después, quizás a fines del siglo XIX cuando ya llevaba varias décadas siendo tan español como uno de Albacete aunque hablasen distinta lengua. 


 Daniel Aquillué 


Algo de bibliografía:

FLORISTÁN, Alfredo, Historia de España en la Edad Moderna, Ariel, 2004.

Bennassar, B., et alii, Historia Moderna, Akal, 1980.

PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio (coord.), Los bombardeos de Barcelona, Catarata, Madrid, 2014.

COLÁS LATORRE, GREGORIO, “Los decretos de Nueva planta en Aragón: una involución política”, L’ aposta catalana a la Guerra de Successió 1705 – 1707. Actes del congrés celebrat a Barcelona dels 3 al 5 de noviembre de 2005 al Museu d’Historia de Catalunya, Barcelona, 2007.

 KAMEN, HENRY, La Guerra de Sucesión en España (1700 – 1715), Barcelona, Grijalbo, 1974.
 Además, para esta entrada, he utilizado apuntes de la profesora Encarna Jarque, de la Universidad de Zaragoza, que tomé en sus clases durante la Licenciatura.




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