Es habitual,
y más con ciertas “modas”, lanzarse a la épica fácil de los Tercios españoles,
y las glorias del Imperio
Español (todo tiene luces y sombras, así que menos leyendas negras y rosas). Pero más allá de soflamas, simplificaciones y batallas ¿sabemos cuál
era el contexto político?¿Conocemos la historia social de la guerra en la Edad
Moderna?
A pesar de
multitud de investigaciones históricas que dan mucho (debate) de sí, a nivel
general falta conocimiento los siglos XVI al XVIII.
No hablaré de
estudios de la guerra, pues para eso redirijo a las publicaciones de la RUHM y la Desperta Ferro, pero sí que ofreceré unas breves pinceladas sobre algunas
cuestiones políticas de la Edad Moderna.
En los siglos
XVI y XVII no existían los estados tal y como los conocemos en la actualidad.
Mucho menos las naciones modernas. Los conceptos evolucionan y cambian con el
paso del tiempo. Hablamos de Inglaterra, Francia, Alemania o España, pero tales
realidades eran en el siglo XVI algo muy distinto a lo que se suele pensar. Eran,
esencialmente, monarquías compuestas. No eran sujetos colectivos de soberanía,
sino patrimonio particular y dinástico de un rey o príncipe, quien no era
absoluto ni tenía plena capacidad de dominio sobre sus vasallos y territorios. Que
fueran Monarquías compuestas implicaba que una misma persona (el monarca) era
la cabeza de una pluralidad territorial, de reinos y señoríos que le reconocían
como soberano. Además, en cada uno de esos entes políticos territoriales se encontraban
otros tantos cuerpos políticos y sociales, cada uno con sus competencias:
nobles, eclesiásticos, ciudades, gremios…
Para
entendernos, me gusta poner un símil, si se me permite. Es como si una persona
tuviera distintas propiedades inmobiliarias: por un lado su casa de residencia
habitual, por otro un apartamento en la playa, por otro dos casas en dos
pueblos distintos que ha heredado, y por otro un bloque de pisos que ha
comprado y ha puesto en alquiler. Tendría el dominio sobre todas propiedades,
que son suyas, pero debería negociar con los inquilinos, con Hacienda, con los
vecinos, con la comunidad… Y dentro de cada piso, incluida su residencia, no se
podría hacer lo que quisiera, sino establecer relaciones con el resto de las
personas, de la familia etc. Eso pasaba con un rey de la Edad Moderna: debía relacionarse
con la corte, la suya y las extranjeras (muchas veces de la misma familia), con
las Cortes o parlamentos de cada reino, con la nobleza y las burguesías, respetar
las distintas leyes y jurisdicciones etc. sí, nominalmente era el rey de todos,
pero lo era de forma distinta y nunca total.
Tras esto, me
limitaré a compartir algunas citas de historiadores especialistas en la Edad
Moderna:
"Desde
la Edad Media, los reinos se habían ido formando mediante la agregación de
territorios y comunidades de muy diferente entidad bajo la corona de un mismo
monarca y, todavía en vísperas de la revolución liberal, la Monarquía seguía
siendo un agregado de territorios con instituciones y leyes diferentes, de
cuerpos de toda clase -señoríos, comunidades, corporaciones, estamento- dotados
de estatutos privilegiados, y jurisdicciones plurales, heterogéneas e
imbricadas. (...)
Como hemos
visto, el cuerpo político del reino era en realidad con conjunto de cuerpos y
estamentos dotados de sus derechos propios y, en ese contexto, el poder real,
como jurisdicción suprema, estaba encargado de velar por el respeto y
conservación de dichos derechos, y se hallaba limitado tanto por ellos como por
la ley divina y la ley natural. (...)
En aquel
contexto, el poder del rey no era considerado como absoluto, sino limitado. El
sistema político de la Monarquía hispánica era pactista. Se caracterizaba por
la relación contractual, hecha de derechos y deberes recíprocos, entre el rey y
las comunidades del reino, y por el respeto a las leyes particulares de los
diferentes cuerpos políticos que formaban la Monarquía”. José María IMÍZCOZ: “El entramado social y
político” en Alfredo FLORISTÁN (coord.): Historia de España en la Edad
Moderna, Ariel, 2004, pp. 58-59.
“Monarquía
católica, Monarquía de los Austrias, Monarquía hispánica. Los historiadores
utilizamos tales denominaciones para referirnos a la construcción política
desplegada por los Reyes Católicos y que maduró bajo los Austrias. La primera
refleja mejor la importancia de la definición religiosa, denominador común de
todos los súbditos y fundamento primordial de su constitución política. La
caracterización dinástica (“de los Austrias”) y la nacional (“hispánica”)
subrayan dos aspectos más fácilmente asimilables hoy. En Europa se generalizó
la denominación “rey de España”, que los monarcas también emplearon, en plural,
en sellos y monedas (Hispanorioum rex). Sin embargo, los documentos
jurídicamente más precisos, como los testamentos, siguieron acumulando una
retahíla de títulos de reinos, ducados, marquesados, condados y señoríos. Esto
se ajustaba mejor a la realidad jurisdiccional y, también, al sentir de los
súbditos, que lo eran del mismo rey pero de modos diversos”. Alicia ESTEBAN y
Alfredo FLORISTÁN: “Composición y gobierno de la Monarquía de España”, en Alfredo
FLORISTÁN (coord.): Historia de España en la Edad Moderna, Ariel, 2004, p.
246.
“Este imperio
[de Carlos V] es de alguna manera un “juego de construcción dinástica”
completado por la conquista, realizado por acumulaciones sucesivas, por efecto
de matrimonios bien concertados y de muertes prematuras: los diversos Estados
que, en el plazo de unos años, se encuentran agrupados bajo la Corona de Carlos
V, conservan de manera casi total su individualidad; conservan sus leyes, sus
instituciones (…). Los súbditos de los diversos Estados son considerados
extranjeros cuando se encuentran en alguno de los otros Estados del imperio,
como, por ejemplo, los flamencos en Castilla, los castellanos en Aragón, los
alemanes en el Milanesado…”, Bartolomé BENASSAR et allí: Historia Moderna,
Akal, 2005 (5ª ed.), pp. 137-138.
“Llamamos a
uno de los grandes imperios de la historia mundial con el nombre de “el
Imperio Español”, pero no era así como lo conocían los propios españoles. En
los siglos XVI y XVII sólo había un imperio verdadero en el mundo occidental,
el Sacro Imperio Romano, aunque otras Monarquías occidentales comenzaban a
apropiarse del título de imperio para sus propósitos”. John H. ELLIOTT: España
y su mundo (1500-1700), Taurus, 2007, p. 27.
“Si la Europa
del siglo XVI era un Europa de estados compuestos -que coexistía con una
infinidad de unidades territoriales y jurisdiccionales más pequeñas que velaban
por sus estatus independientes con celo-, es necesario evaluar su historia
desde este punto de vista más que desde el de una sociedad de estados nación
unitarios tal y como más tarde llegaría a convertirse. (…)
Sin embargo,
la “monarquías ilustradas” del siglo XVIII continuaron siendo esencialmente
compuestas y en aquellos casos que se buscó una mayor integración ésta fue
difícil de conseguir, como descubrió José II [de Austria].El repentino
surgimiento del nacionalismo finales del
siglo XVIII y principios del XIX proporcionaría un espaldarazo más fuerte a la
creación del estado nación unitario que el de los decretos reales”. John H.
ELLIOTT: “Una Europa de monarquías compuestas”, en España en Europa.
Estudios de historia comparada, PUV, 2002, pp. 65-91.
Daniel Aquillué Domínguez
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