Enrique, interpretando a Santiago Sas
Como cada año, el 1 de noviembre, la Asociación cultural "Los Sitios de Zaragoza" ha organizado una ruta sobre el acontecimiento histórico que le da nombre y que tanto marcó a la ciudad de Zaragoza, a sus habitantes con los desastres de la guerra y a la sociedad de hoy con sus mitos, sus huellas en el patrimonio y espacio urbano, sus multifacéticos recuerdos etc.
En dicha ruta, una vez más, ha colaborado la Asociación histórico-cultural "Voluntarios de Aragón". Gracias a ambas, he podido explicar un pedacito de historia a las decenas y decenas de personas que se han acercado.
En la ruta se ha visitado el edificio de la Diputación Provincial, donde se albergan óleos historicistas, el Palacio de Sástago, la calle Cuatro de Agosto en la que se dieron duros combates, o la plaza Sas.
Interior del palacio de Sástago, Salón del Trono, con pinturas historicistas del XIX
En lo que a mí respecta, he intervenido en la actual plaza de España, donde he tenido ocasión de hablar de multitud de cuestiones. Y es que es un espacio cargado de historia. Allí se encontraba, desde el s. XIII, el convento de San Francisco, el cual se convirtió en punto importante de la defensa de la ciudad, una "ciudadela", una vez cayó el perímetro "fortificado" y la lucha fue casa por casa.
El 10 de febrero de 1809, durante el Segundo Sitio, fue un escenario lo más dantesco que se pueda imaginar, vomitado del mismo infierno y desgraciado testigo de los mayores desastres de la guerra. Tres minas, 3.000 kg de pólvora en total, hicieron volar por los aires la mayor parte del convento, con sus defensores, militares y paisanos, en su interior. L. F. Lejeune lo describió así:
"Rara vez ha presentado la guerra cuadro más espantoso que el de las ruinas del convento de San Francisco durante el asalto, y aún después de él. (...) todo el suelo de los alrededores y los tejados ofrecían un aspecto horrible por la cantidad de restos humanos de que estaban cubiertos. No se podía dar un paso sin chocar con miembros desgarrados y palpitantes, y un gran número de manos y fragmentos de brazos, separados del tronco, nos indicaban la enormidad de la catástrofe. (...) la sangre de muchos aragoneses corría a nuestros pies por el conducto de aquellas gárgolas góticas (...) hoy arrojaban sobre los asaltantes arroyos de sangre humana".
El Coso, con el convento de San Francisco, según Gálvez y Brambila
Tras aquello, la línea de combate se estableció en el Coso y, diez días después, la ciudad capitulaba ante un horrorizado mariscal Lannes.
Sin embargo, incumplió uno de los puntos de la capitulación pues, por la noche, fueron a buscar a dos eclesiásticos, los llevaron al puente de Piedra, los asesinaron a bayonetazos y lanzaron al río Ebro. Uno de ellos era Boggiero, quien escribía los rimbombantes discursos al cortesano Palafox. el otro era un cura de San Pablo, Santiago Sas. Este personaje se había puesto a la cabeza de sus feligreses para combatir a los franceses, a los que veía como impíos y ateos. No quedó en mera retórica, sino que armado de un sable se jactaba de haber degollado a decenas de enemigos desde el 15 de junio de 1808 hasta el fin de su vida.
Sas, según Gálvez y Brambila
En 1813, la combinación del (casi)siempre derrotado pero siempre reorganizado ejército regular español (fernandino), la heterogénea guerrilla y las fuerzas británico-lusas conseguían la victoria en la Guerra de la Independencia, ante unas tropas napoleónicas mermadas por la campaña de Rusia de 1812.
En ese año, acabando la guerra, las tropas bajo mando de Espoz y Mina reconquistaba Zaragoza el 9 de julio de 1813. Unos días después, el 20 de julio, con una ceremonia cívica, en la plaza que había dejado el estallido del convento de San Francisco, fue promulgada la Constitución de 1812. Esos años no sólo fueron de guerra, sino también de revolución. El lugar fue renombrado como plaza de la Constitución y la ciudad elegía al ayuntamiento. Todo ello entre medio de algunos desmanes y reyertas provocados por los soldados del libertador Espoz y Mina. En abril de 1814, Fernando VII, a su regreso del "cautiverio" francés pasó la Semana Santa en Zaragoza. Al mes siguiente, en mayo, 300 labradores fueron al Coso, arrancaron la placa constitucional, la tiraron al Ebro y dieron gritos en favor del rey absoluto. Para entender estos acontecimientos hay que remitir a la política popular y la cultura contrarrevolucionaria que veía el liberalismo como enemigo y a Fernando VII como el ideal de rey paternalista.
Daniel Aquillué
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