Chauny(Francia), después de la Gran Guerra. Fuente
Hace unos días visité una exposición sobre la Primera Guerra Mundial en el Museo Imperial de la Guerra de Londres. Estaba excelentemente musealizada, pero algo no me encajó. Salí con una amarga sensación.
Y es que en dicha exposición había grandes ausencias históricas y sobraba discurso nacionalista inglés.
El pasado 11 de noviembre se cumplieron cien años del armisticio hizo callar las armas en una Europa devastada y unas sociedades traumatizadas que no volverían a ser las mismas, y de las que saldrían los monstruos de Entreguerras y otra guerra mundial.
La, llamada en su momento, Gran Guerra, se había iniciado en el verano de 1914. Las cancillerías europeas reaccionaron en cadena tras el último incidente -el asesinato del heredero austrohúngaro- en conflictivos los Balcanes. Pensaban que sería algo rápido, y en todos estarían victoriosos en casa por Navidad. pero no fue así. A su inicio, los obreros fueron alegres a la guerra, olvidaron sus proclamas internacionalistas y proletarias, arrastrados por las banderas de sus naciones. Fueron a matarse unos con otros, a morir en las trincheras, y pocas veces a darse la vuelta y descerrajar un tiro a ineptos oficiales que les dirigían al matadero.
La Gran Guerra fue un cúmulo de circunstancias que se habían ido coaligando desde finales del siglo XIX. Todas las potencias pensaban que habría guerra, y se preparaban para ella, pero no sabían cuándo estallaría ni llegaban a imaginar que sería así. Los nacionalismos exaltados, el capitalismo voraz y el imperialismo desacerbado llevaron a un desastre sin parangón.
Los generales plantearon la guerra como si de un campo de batalla decimonónico se tratase. Todavía se veían coloridos uniformes, caballería y armas blancas. Pero Napoleón llevaba casi cien años muerto. Se encontraron frenados, ensangrentados, empantanados. Trincheras, ametralladoras, artillería pesada. Y aún así, insistieron en masivas cargas de infantería durante toda la guerra. Masacre tras masacre. Sin duda, la Primera Guerra Mundial fue la guerra más sinsentido de la historia, la locura más demencial.
La guerra se extendió fuera de Europa, a las colonias de las distintas potencias. Y miles de hombres de África y Asia fueron reclutados y llevados a combatir a los campos de muerte de Francia y Bélgica.
Hubo quienes quisieron parar toda esta locura. Aunque silenciados en su momento (fusilados) y después (como traidores nacionales) hubo varios motines de soldados que se negaron a morir en vano. También se formó un movimiento de mujeres por la paz, WILPF, que se reunieron en La Haya en 1915 y quisieron llamar a la cordura y el pacifismo. Nadie les escuchó, y al regreso a sus naciones fueron tratadas de traidoras.
Los desastres de la guerra se contaron por millones de personas muertas, heridos, desfigurados, traumatizados, devastación y el germen de los fascismos.
Daniel Aquillué
Nota 1: Al escribir estas breves líneas, no puedo dejar de mencionar y acordarme de dos compañeros de profesión, Sandra Blasco y Pablo Aguirre. La primera ha investigado a esas mujeres pacifistas de WILPF, mientras que el segundo es un "apasionado" de la Gran Guerra y siempre insiste en plantearse el porqué los soldados no se dieron la vuelta y volvieron a casa, dejando atrás la locura nacional bélica.
Nota 2: Precisamente, ninguno de los aspectos señalados aparecían en la exposición que vi en el Museo Imperial de la Guerra.
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