Los
Sitios de Zaragoza son un episodio
histórico de gran relevancia, tanto por
lo que supuso en su momento como por su recuerdo posterior en la memoria colectiva, mezclándose mitificaciones y construcción de identidades.
En el marco de la Guerra de Independencia/Guerra Peninsular/Guerra de España, un
intenso y largo conflicto internacional, de resistencia ante una invasión
extranjera y con aspectos de guerra civil y revolución, la resistencia
zaragozana frenó el avance napoleónico por el valle del Ebro, Aragón, Cataluña
y Valencia durante casi un año. Fue un hito en tanto resistencia enconada e inesperada por los generales de ambos bandos,
por la alta movilización e implicación
popular, y por romper las “reglas de la guerra” dieciochesca, al negarse a
rendir una plaza tras caer sus muros, y desarrollar un terrible combate urbano. Para la ciudad y sus habitantes fue un desastre, por la pérdida de vidas y económicas
(las pérdidas de Patrimonio histórico-artístico se deben más a las autoridades
zaragozanas de los últimos 200 años que a las bombas francesas). Más allá de “personajes”
y “élites”, fue la población civil, labradores, artesanos, clases populares (en
estos sectores se incluyen mujeres, con alta presencia) la que impuso sus
dinámicas, deponiendo a autoridades, amenazando a otras, resistiendo a la
invasión y padeciendo la guerra.
Tras
dos asedios, Zaragoza estaba exhausta. A lo largo de enero de 1809 cayó el perímetro defensivo de la ciudad: el convento
de San José, el reducto del Pilar, el monasterio de Santa Engracia, los
conventos de Santa Mónica y San Agustín… Comenzaba entonces un lento, cruento y destructivo combate en los
subsuelos, sótanos, casas, habitaciones, tejados, calles, huertos y plazuelas
del entramado urbano. Una guerra sin parangón. Finalmente, tras la caída
del Arrabal, la extensión del tifus, la amenaza de minar toda la ciudad y la
llegada del ejército napoleónico al Coso, la Junta zaragozana decidió capitular el 20 de febrero de 1809, saliendo
los defensores el 21 por la puerta del Portillo.
Benito
Pérez Galdós, en su novela Zaragoza, escribió:
"Se
concibe que continúe la resistencia de una plaza después de perdido lo más
importante de su circuito? No, no se concibe, ni en las previsiones del arte
militar ha entrado nunca que, apoderado el enemigo de la muralla por la
superioridad incontrastable de su fuerza material, ofrezcan las casas nuevas
líneas de fortificaciones, improvisadas por la iniciativa de cada vecino; no se
concibe que, tomada una casa, sea preciso organizar un verdadero plan de sitio
para tomar la inmediata, empleando la zapa, la mina y ataques parciales a la
bayoneta, desarrollando contra un tabique ingeniosa estratagema; no se concibe
que tomada una acera sea preciso para pasar a la de enfrente poner en ejecución
las teorías de Vauban, y que para saltar un arroyo sea preciso hacer paralelas,
zig-zags y caminos cubiertos. Los generales franceses se llevaban las manos a
la cabeza diciendo: «Esto no se parece a nada de lo que hemos visto». En los
gloriosos anales del imperio se encuentran muchos partes como este: «Hemos
entrado en Spandau; mañana estaremos en Berlín». Lo que aún no se había escrito
era lo siguiente: «Después de dos días y dos noches de combate hemos tomado la
casa número 1 de la calle de Pabostre. Ignoramos cuándo se podrá tomar el
número 2»."
Por
su parte, el mariscal de Napoleón, Jean Lannes,
conquistador de Zaragoza escribió:
"Jamás
he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa
de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso
organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a
nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en
estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a
centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores ... ¡Qué guerra!
¡Que hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado
a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La
victoria da pena."
Finalmente,
Jean Belmas y Faustino Casamayor, ambos testigos presenciales de los
acontecimientos desde los dos bandos, dejaron en sendos diarios sus impresiones
de los últimos días de la resistencia zaragozana.
Jean
Belmas cuenta:
“JORNADA
del 18 de febrero. Ataque del Arrabal. A las ocho de la mañana, la artillería
comenzó a disparar contra el arrabal y contra el muelle con cincuenta y dos
bocas de fuego, repartidas entre las baterías nº 23, 26, 27, 28, 29, 30, 31 y
32. Las dos baterías nº 27 y 28 lanzaron bombas sobre el Arrabal y sobre la
ciudad, donde alcanzaron el palacio del arzobispo y la iglesia de Nuestra
Señora del Pilar (…) La batería nº 14, situada en la orilla derecha, batió al
mismo tiempo el gran puente del Ebro para interceptar la comunicación del
Arrabal con la ciudad; el barón de Warsarge murió por el impacto de una bala en
este puente, en el momento en que acudía a tomar el mando del Arrabal. (...)En
este último convento (el de santa Isabel), la batería nº 31 había comenzado por
abatir una puerta carretera que daba al patio. Esta puerta quedó destruida,
pero los paisanos la levantaron y la sostuvieron con sus brazos. Una nueva
salva la derribó una segunda vez y una segunda vez fue levantada. Para poner
fin a esta maniobra, se batieron en brecha los pilares de la puerta. Un montón
de cadáveres se encontró detrás de esta puerta que, cada vez que caía,
aplastaba en su caída a los que la sostenían (…)”
"Día
19. La ciudad estaba acorralada; la hora de su rendición había llegado. la
víspera, Palafox, enfermo con fiebre, había dejado sua utoridad en las manos de
una junta, compuesta de cuarenta miembros (...) Esta junta se reunió durante la
noche (...) REconoció que no había ninguna esperanza de ser socorridos; que los
aprovisionamientos de pólvora habían sido consumidos (...) La epidemia provocaba
espantosos estragos; cada día moría entre seiscientos y setecientos
hombres" Jean Belmas.
Hace
doscientos años la bandera blanca ondeó en la Torre Nueva. A altas horas de la
noche la Junta acordaba con el Mariscal Lannes la Capitulación de Zargoza. Al
día siguiente, unos 10000 defensores salían por el Portillo y entregaban sus
armas.
“Causaba
horror ver la ciudad. Se respiraba un aire infecto que sofocaba. El fuego que
todavía consumía numerosos edificios cubría la atmósfera con un espeso humo.
Los barrios donde los ataques habían sido conducidos no ofrecían más que montones
de ruinas mezcladas con cadáveres y miembros esparcidos. Las casas, destrozadas
por las explosiones y por el incendio, estaban acribilladas por aspilleras o
agujeros de balas, o derrumbas por las bombas y los obuses; el interior estaba
abierto por largos cortes para las comunicaciones. En la cumbre de algunos
paños de muralla aun en pie, fragmentos de tejados y vigas suspendidas,
amenazaban con aplastar en su caída a los que se aproximasen. A lo largo del
Coso, que formaba la frontera de nuestra conquista, el suelo estaba levantado
por el efecto de las minas y de las bombas, las puertas y ventanas estaban
tapiadas con sacos de tierra, colchones o con muebles; todas las calles
adyacentes estaban obstruidas por parapetos y escombros. (…) En este lugar de sufrimiento,
no se oía más que los gritos arrancados por el hambre, el dolor, y la
desesperanza (…) Así cayó Zaragoza, tras un sitio de cincuenta y dos días de
trinchera abierta, de los que veintinueve habían sido empleados para adueñarnos
del recinto y veintitrés en avanzar casa por casa.”
Por
su parte, Faustino Casamayor
narraba:
"Día
20 de febrero de 1809. Hoy llegó a Zaragoza al alto grado de heroicidad y
sufrimiento, pues habiendo sufrido con el ánimo más constante un diluvio de
bombas, granadas y balas rasas y no teniendo ya otro recurso "Capitulación
de Zaragoza otorgada entre el mariscal Lannes, duque de Montebello, general en
xefe del exército francés y la Junta Suprema de Gobierno en 20 de febrero de
1809:Capítulo 1º.La guarnición de Zaragoza saldrá mañana 21 al mediodía de la
Ciudad con sus armas por la Puerta del Portillo y las dexará a 100 pasos de
dicha Puerta.Capítulo 2º.Todos los oficiales y soldados de las tropas Españolas
hará juramento de fidelidad a S.M. Católica el Rey Josef Napoleón I.Capítulo
3º.Todos los oficiales y soldados que habrán prestado el juramento de fidelidad
quedarán en libertad de entrar en el servicio en defensa de S.M.C.
Capítulo4º.Los que de ellos no quisieran entrar en el servicio serán llevados
prisioneros a Francia. Capítulo 5º.Todos los habitantes de Zaragoza y los
Extrangeros si los huviere, serán desarmados por los Alcaldes, y las Armas
puestas en la Puerta del Portillo al mediodía. Capítulo 6º.Las personas y las
propiedades serán respetadas por las tropas del Emperador y Rey. Capítulo 7º.La
Religión y sus Ministros serán respetados, y serán puestos centinelas en las
puertas de los principales Templos. Capítulo 8º.Las tropas Francesas ocuparán
mañana al mediodía todas las Puertas de la Ciudad, el castillo y el Coso. Capítulo
9º.Toda la Artillería y municiones de toda especie serán puestas en poder de
las tropas del Emperador y Rey mañana al mediodía. Capítulo 10º.Todas las Cajas
Militares y Civiles (es decir las tesorerías y Cajas de Regimientos) serán
puestos a disposición de S.M.C.Capítulo 11º. Todas las Administraciones civiles
y toda especie de Empleados harán juramento de fidelidad a S.M.C. y la Justicia
se distribuirá del mismo modo y se hará en nombre de S.M.C. el Rey José
Napoleón I. Cuartel General delante de Zaragoza a 20 de febrero de 1809.El
Mariscal Lannes Duque de Montebello. General en Jefe.D. Pedro María Ric.
Presidente de la Junta."
Daniel Aquillué
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