La Gran Corona de Aragón: a caballo entre los Pirineos
A finales del siglo XII tiene lugar la Gran Guerra Meridional que enfrentó a los condes de Tolosa con los señores menores del Languedoc. Paralelamente, el reino de Aragón y los condados catalanes, unidos desde 1137 en la Corona de Aragón, llevan a cabo políticas matrimoniales y de alianza con todo el sur de Francia.
En el Midi abundaban los señores menores, las ciudades comunales, y los condes de Tolosa tenían un débil poder sobre sus vasallos, los señores laicos se enfrentaban a la Iglesia, y en ese contexto surgió y se extendió la herejía cátara o albigense. El supuesto señor feudal de aquellas tierras era el rey de Francia, pero en la práctica acabaron cayendo en la órbita y vasallaje o alianza con rey de Aragón.
El rey de Aragón habían infeudado sus territorios al Papa de Roma desde tiempos de Sancho Ramírez, renovándose con la coronación de Pedro II en Roma en 1204. Dicho monarca entabló negociaciones para solucionar el problema de la herejía cátara y participó activamente en la campaña cruzada de que condujo a las Navas de Tolosa. El Papa Inocencio III desconfiaba de Pedro II para reprimir violentamente la herejía y por ello prefiere se encomendarse al rey de Francia.
El asesinato de un legado papal fue el casus belli de la Cruzada Albigense. En 1209 todos se unen (nobles franceses, Simón de Monfort, Papa, Conde de Tolosa) contra el conde Trecanvel: sitios y toma de Beziers y Carcasona con gran masacre. El Papa concede a Simón de Monfort esos territorios, pero Pedro II no lo reconoce como vasallo hasta 1211. El legado papal en la Cruzada era Amalric.
Pedro II se encuentra con dos frentes: el almohade y el ultrapirenaico. Por ello contemporiza. Espera que los occitanos le busquen como salvador: a fines 1212 están siendo derrotados por Monfort y los franceses. Cuando Monfort y el Papa atacan directamente al Conde Tolosa, aliado y familiar –su hermana estaba casada con el conde-, interviene: 1213.
En julio de 1212 tiene lugar la batalla de las Navas de Tolosa. Es el cenit de la gloria de Pedro II, vencedor de infieles en la Cruzada, adquiere gran prestigio, mentalidad de estar favorecido por Dios. Con ello ya tiene autoridad moral para intervenir en Occitania.
A fines 1212, Pedro II lanza una ofensiva diplomática ante el Papado y los cruzados -Concilio de Lavaur-, proponiendo la abdicación del conde de Tolosa Raimon VI en su hijo, quedando bajo protección y órbita directa de la Corona aragonesa. En enero de 1213 llega con su corte a Tolosa. Toma bajo su protección directa las tierras tolosanas. Los cruzados se oponen por su ambición: Arnau Amalric quería ser duque de Narbona y Simón de Monfort ser conde de Tolosa.
Arnau Amalric desata una gran contraofensiva diplomática y propagandística contra Pedro II. Reclutamiento de tropas francesas (París) para Simón de Monfort. Se difunde la imagen de una conjura herético-sarracena dirigida por el conde de Tolosa Raimon VI.
Juramentos de Tolosa: El domingo 27 de enero de 1213 los condes de Tolosa, Foix, Comminges y Bigorra (vizcondado de Bearn inclusive) prestaron juramento de homenaje y fidelidad a Pedro II, poniendo bajo su autoridad todas sus tierras. Se ponían bajo protección del campeón de la Cristiandad, del Papado, pero a la vez esos juramentos suponían una transferencia de soberanía de las tierras occitanas del rey de Francia al rey de Aragón. Era el colofón a una larga fase de relaciones diplomáticas, matrimonios, influencias y presencia efectiva del rey de Aragón y conde de Barcelona en el sur de Francia. Proceso acelerado por el desarrollo de la Cruzada Albigense. De la unión feudal de aragoneses, catalanes y occitanos nacía una “Gran Corona de Aragón” a ambos lados de los Pirineos. Ese mismo mes de enero de 1213, el Papa Inocencio III atendía a los argumentos de Pedro II, suspendiendo la Cruzada y llamando a combatir contra los sarracenos. La Gran Corona de Aragón parecía estabilizarse…
En febrero de 1213, tras nombrar oficiales reales en las tierras occitanas, Pedro II y su corte regresan a Cataluña. Sin embargo, los líderes de la cruzada, Monfort y Amalric, no aceptaron las disposiciones de Inocencio III. Monfort así pues, con apoyo del alto clero del sur de Francia, desobedecía al Papa, se declaraba en franca rebeldía contra su señor feudal Pedro II y seguía hostigando el condado de Tolosa, patrimonio de las hermanas del rey aragonés –pues estaban casadas con el conde y el heredero de Tolosa-. La guerra entre la Cruzada y Pedro II se iniciaba.
El camino hacia la batalla
La guerra medieval se basaba en cabalgadas, asedios y golpes de mano, la batalla campal era una excepción… pero en 1213, Pedro II parecía buscarla con Simón de Monfort para erradicar el problema de una vez y obtener la paz en sus territorios ultrapirenaicos. Una batalla campal con gran simbolismo pues se concebía como una ordalía, un juicio de Dios. Los caballeros aragoneses, catalanes y occitanos querían demostrar que eran mejores que los franceses y que su causa era legítima y justa.
Los Capetos de Francia apoyaban a Monfort e incluso en abril de 1213 el heredero al trono francés, el príncipe Luis, iba a unirse a la Cruzada, peor finalmente, aprovechando la excomunión del rey inglés Juan Sin Tierra y la rebelión de sus barones, Felipe II Augusto de Francia decidió atacar a los Plantagenet. Que la Corona de Aragón controlase el Mediodía francés era un mal secundario, pero la alianza de Juan Sin Tierra con el Emperador Otón IV amenazaba la propia existencia de la monarquía Capeta.
La sociedad occitana veía la intervención de Pedro II como la de un buen rey que acude en defensa de sus vasallos que eran atacados por un rebelde –Monfort- y tropas extranjeras –la Cruzada-. En la primavera de 1213, el rey Pedro II movilizaba a sus tropas. La Iglesia aragonesa y catalana apoyaba a un rey que no iba a defender a herejes sino a sus vasallos. La Corona de Aragón se endeudó preparando esta campaña porque viendo la victoria cercana esperaban recuperar lo invertido.
En mayo de 1213 se produjo el primer revés para el rey de Aragón: tras escuchar a los prelados enviados por Monfort, el Papa revocaba la suspensión de la Cruzada, prohibía prestar cualquier ayuda los nobles occitanos y amenazaba con la excomunión si así lo hacía. En este cambio papal pudo influir la desconfianza creciente hacia un Pedro II que había tomado la iniciativa personalmente y su separación de María de Montepellier, reina rodeada de un aura de Santidad y que falleció en abril de ese 1213, tras haber estado en Roma, donde defendió sus derechos y transmitió los desaires de su esposo.
A pesar de ello, Pedro II continuó adelante con sus planes, el momento era propicio, los cruzados estaban bajo mínimos, la monarquía capeta asediada por todos sus frentes, contaba con el favor de los nobles occitanos…
Por su parte, desde mayo, Simón de Monfort, con las fuerzas cruzadas, arreció las cabalgadas sobre las inmediaciones de Tolosa, desde la fortaleza de Muret. Sin embargo, este recrudecimiento de hostilidades pro parte de los cruzados franceses era muestra de su debilidad, ya que se había estrangulado la llegada de refuerzos desde París, y debían impedir la concentración de fuerzas catalano-aragonesas en torno a Tolosa.
La retirada de parte de las tropas cruzadas (obispos de Orleans y Auxerre) en julio de 1213 hizo pasar a la ofensiva a occitanos, catalanes y aragoneses, que atacaron el castillo de Pujol, desde el que los cruzados apretaban el asedio estratégico a Tolosa desde mayo, evitando la recolección de los campos y estrangulando el comercio. El castillo de Pujol fue tomado al asalto por los hispano-occitanos. Era la primera victoria de los occitanos en mucho tiempo.
Consciente de su debilidad, Monfort envió emisarios a Pedro el Católico intentando disuadirle de su campaña pues el Papa había reactivado la cruzada. Pero ya era tarde, el 23 de agosto, el rey aragonés partía de Huesca con sus mesnadas, el 25 estaba en Lascuarre presto a franquear los Pirineos. El 5 de septiembre de 1213 el grueso del ejército encabezado por el rey ya se encontraba en la vertiente francesa de los Pirineos.
El jueves de Muret
El castillo de Muret –al norte del condado de Comminges, entre el río Garona y el Louge- se situaba a 20 kilómetros de Tolosa, permitía el rápido movimiento de las milicias tolosanas pro su cercanía, Pedro II conocía el lugar, la llanura frente a él permitía la batalla de la caballería pesada, y era un punto clave desde el que los cruzados hostigaban desde 1212 a los tolosanos. Muret era el lugar idóneo para la batalla definitiva.
El martes 10 de septiembre de 1213 el ejército de Pedro II se encontraba frente a las murallas de Muret. Junto a él, los condes de Tolosa, Foix y Comminges, y a las milicias tolosanas. La defensa de Muret se articulaba en tres tramos: la villa nueva, villa vieja y por último, en lo más alto, el castillo con sus tres torreones. El día 11, tras un bombardeo de las máquinas de asedio tolosanas, las milicias de Tolosa aprovecharon su superioridad numérica tomaron al asalto la villa nueva. Los 30 caballeros y 700 peones cruzados que la defendían se retiraron a la villa vieja y el castillo. Este asalto se produjo sin recibir órdenes del rey, lo que muestra descoordinación. Pedro II ordenó a las milicias retirarse al campamento ya que su plan era dejar entrar en Muret a Simón de Monfort con los refuerzos, para así acabar de un plumazo con toda la Cruzada. Y es que Simón de Monfort, tras la pérdida de Pujol no se podía permitir perder Muret, debía acudir en su socorro en sus tierras de Carasona y Béziers se sublevarían contra él. Esa misma noche, Monfort y sus caballeros entraron en Muret…
El rey Pedro el Católico pasó la noche del 11 al 12 de septiembre yaciendo con una mujer, Simón de Monfort también la pasó en vela, pero en la capilla, rezando.
Amaneció el jueves 12 de septiembre de 1213 sobre las 7 y media de la mañana. Pedro II asistió a misa y después se reunió con los jefes de su ejército para preparar la batalla. En ese consejo, el rey explicó su plan: batalla campal frontal con las tropas cruzadas, un auténtico juicio de Dios. Raimon VI de Tolosa argumentó en contra y defendió atrincherarse en el campamento ya provechar la superioridad de ballesteros y peones. No en vano, la caballería francesa era más experimentada en el combate frontal que la occitana, pues en el norte de Francia estaba extendida la práctica de los torneos. El plan del tolosano no fue rechazada por causas técnicas sino mentales: la defensa del campamento era una forma de combate indigna del rey de Aragón, vencedor de las Navas y que debía demostrar ahora que tenía razón –el apoyo de Dios- frente a la Cruzada. Además, una táctica defensiva daría protagonismo a la infantería, lo que era inadmisible en la mentalidad caballeresca. El rey de Aragón necesitaba derrotar a la cruzada “en buena lid”, de forma legítima y caballeresca.
El ejército del rey de Aragón comenzó a formar. El núcleo lo conformaban experimentados caballeros aragoneses y catalanes, junto a ellos caballería no noble como los sargentos, caballeros villanos y escuderos, en total en torno a 1.000 jinetes. La caballería de la nobleza occitana y la urbana de Tolosa formaban la segunda fuerza montada del ejército real con unos 1.500 jinetes. En total pues, unos 2500 jinetes hispano-occitanos. Doblaban a la caballería cruzada de Simón de Monfort. Donde la ventaja hispano-occitana era evidente era en las tropas a pie: las heterogéneas milicias de Tolosa y Montauban sumaban entre 4.000 y 10.000 hombres efectivos en la defensa de plazas pero de escasa efectividad ante una carga de caballería pesada.
Los acontecimientos se precipitaron en la mañana del jueves 12. Un pequeño contingente occitano atacó la puerta de Tolosa de Muret, previsiblemente para provocar la salida a campo abierto de los cruzados. Monfort concentró a sus tropas en la plaza del Mercadar, en la villa nueva de Muret. El núcleo de estas tropas estaba conformado por veteranos caballeros franceses que llevaban combatiendo en la Cruzada desde 1209. Sumando a estos caballeros los sargentos y escuderos, el total de jinetes cruzados oscilaría entre 7000 y 1.000 jinetes. El plan de Monfort era dejar a los peones guarneciendo la villa mientras la caballería salía de Muret, provocando un enfrentamiento abierto entre caballerías, evitando la participación de la infantería occitana. Para ello, los cruzados fingirían una retirada que obligase a los caballeros hispano-occitanos a perseguirles, dejando atrás a la infantería.
Los caballeros cruzados formados en Muret fueron bendecidos por el obispo de Comminges y otros prelados en reiteradas ocasiones, y es que Simón de Monfort tenía una fe y moral inquebrantable, pero sus caballeros “tras u impenetrable máscara de hierro, tras las estrechas y crueles ranuras de su visera, algo, ahora estaba agazapado,. El miedo”. En inferioridad numérica y tras 4 años de guerra sin cuartel, el desenlace de la batalla no era muy halagüeño para los cruzados.
Finalmente, hacia el mediodía, los caballeros cruzados salieron por la puerta de Salas dando la impresión de que huían. Pero en vez de ello cruzaron el río Louge para enfrentarse en campo abierto a los hispano-occitanos. El ejército franco-cruzado se desplegó en tres “haces” de unos 300 caballeros cada una. Esta maniobra, obligó al ejército de Pedro el Católico a salir precipitadamente del campamento con sus tropas. Aunque logró formar en varios haces, Simón de Monfort partía con la ventaja de la iniciativa.
A eso se añadió la precipitación y es que, movidos por la gloria, la moral de haber vencido un año antes en las Navas, los caballeros aragoneses y catalanes se lanzaron al ataque; y los occitanos por ver ya su venganza tras años de humillaciones. El primer haz cruzado, al mando de Guillaume des Barres, se acercó trotando hasta que a la señal, cargó lanza en ristre. Su objetivo no era tanto destruir al enemigo como romper sus líneas. Enfrente el haz occitano-catalán comandado por el conde de Foix quedó quebrado ante la impetuosa carga.
Derrotada la vanguardia hispano-occitana, la caballería cruzada, viendo el estandarte real que portaba Miguel de Luesia, cargó contra el segundo haz de caballería aragonesa comandado por el propio Pedro II. Y aquí la pregunta clave ¿qué hacía el rey en esa posición, en el frente, y no en retaguardia dirigiendo la batalla como era habitual en la plena Edad Media? Las fuentes señalan la soberbia y orgullo de Pedro el Católico, pero en sí parece fue pura necesidad: el leal y guerrero conde de Foix en vanguardia, el poco aguerrido y dudoso Conde Tolosa en retaguardia, en el centro no podía poner a algún noble de menor rango para no ofender al de Tolosa, por tanto asumió el mando el propio rey. Sea como fuere, el núcleo del ejército hispano-occitano, conformado por caballeros aragoneses encabezados por el propio rey recibió la carga de dos terceras partes de la caballería franco-cruzada.
El impacto de ambas formaciones fue brutal: “el choque de las armas y el ruido de los golpes eran llevados por el aire como si un bosque…cayera bajo una multitud de hachas”. En medio de ese combate murió Pedro II. La Cansó de la Crozada lo narra así: “el rey, viendo la gran matanza y la derrota que se hacía de sus gentes, se puso a gritar tanto como podía <<¡Aragón!¡Aragón!>>, pero a pesar de sus gritos, él mismo murió allí…”. Situarse en el centro y junto a la señera real fue una imprudencia por parte del rey, pues actuó como reclamo de sus enemigos. Según la caballeresca crónica del catalán Bernat Desclot: “Y entonces giraron hacia él, y él les atacó, y al primer golpe hirió a un caballero francés con la lanza y le abatió muerto en tierra. Después vio que la lanza no le valía de nada, tan grande era la presión que los franceses le hacían, y echó mano a la espada, y aquí dio grandes golpes, tanto que mató a tres caballeros con la espada; y todavía no venían los suyos. Y en ese momento llegaron hasta él dos caballero juntos y fueron a herirlo, y lo abatieron a tierra y aquí murió”. Pedro II murió como un buen rey-caballero, en combate, al frente de sus tropas, todo según el ideal caballeresco. Junto a él cayó su mesnada de Aragón, los caballeros de la Casa Real: Miguel de Luesia, Aznar Pardo, Pedro Pardo, Gómez de Luna y Miguel de Rada.
Las crónicas acusaron a los catalanes y occitanos de vanguardia de no combatir fielmente y huir, abandonado a la muerte a su rey. Ello pesó en la mentalidad de la nobleza catalana durante el resto del siglo. Por ello los autores catalanes de la segunda mitad del XIII desviaron la atención hacia la huída de los occitanos, a los que culpabilizaron en exclusiva de la derrota de Muret.
¿Era un plan premeditado acabar con el rey de Aragón? Sin duda su muerte favoreció inmediatamente y a largo plazo a Simón de Monfort, porque descabezado el ejército la victoria era fácil. Los cruzados señalaron que fue obra de Dios, pero tanta casualidad hace dudar…
Pedro II había muerto, pero la batalla no había terminado aún. Dos haces de cruzaos estaban en el fragor del combate, el tercero, dirigido por el propio Monfort, cargó por el flanco del ejército hispano-occitano. Esa carga lateral, unida a la muerte del rey, supuso la definitiva desbandada de las tropas hispano-occitanas. Muerto el rey acabó la batalla y comenzó la matanza. Los caballeros franco-cruzados, movidos por el odio social hacia los peones, la psicología de estar matando herejes “peores que los sarracenos”, la sed de venganza y la excitación de la victoria masacraron a los occitanos que huían. Y es que derrotada la caballería, sus iguales, a la que no habían dado cuartel, ¿qué piedad podían esperar las milicias occitanas? Los caballeros cruzados cargaron contra quienes encarnaban la quintaesencia del enemigo del caballero cristiano del siglo XIII: villanos, burgueses, herejes, traidores, y extranjeros. La masacre tras la batalla fue enorme.
Para los cruzados, Muret fue un milagro; para aragoneses, catalanes y occitanos, fue un desastre. La interpretación medieval de la batalla fue clara: Dios estaba del lado de Simón de Monfort y la Cruzada y castigó a Pedro II por sus pecados, por ponerse del lado de los herejes. Los cruzados habían derrotado a un ejército numéricamente superior, con entre 1 y 300 bajas frente a las miles del enemigo según las crónicas. La batalla fue rápida, y el historiador Martín Alvira cuantifica las bajas cruzadas en 80 muertos y heridos, el núcleo de la nobleza aragonesa muerta, la huida de la nobleza catalana y occitana y, eso sí, una muerte masiva de los peones occitanos que fueron acuchillados en su huida Los restos mortales de Pedro II y sus caballeros fueron trasladados a Tolosa y, en 1217, llevado al monasterio oscense de Sijena.
Después de la batalla…
La Corona de Aragón estaba descabezada desde aquel jueves de 1213, pero la lucha en las tierras occitanas continuó. Y el recuerdo de Muret pervivió, al menos durante todo el siglo XIII. El sueño de la Gran Corona de Aragón pervivió en las mentes de muchos occitanos, catalanes y aragoneses. El rey Pedro el Católico siguió siendo considerado el ideal de buen señor feudal y caballero, y ello reclamaban insistentemente los trovadores provenzales y los señores desposeídos de Occitania a su heredero Jaime que, por su parte, educado primero por Monfort, luego por los templarios, se desentendió de todos los asuntos ultrapirenaicos, siendo fiel a su señor el Papa. Dos motivos llevaron a Jaime I a desentenderse de las peticiones de occitanos que el reclamaban como su verdadero señor feudal y de los aragoneses y catalanes que clamaban venganza: la certidumbre de que su padre había sido castigado por Dios en Muret por combatir junto a los herejes y la prudencia, porque a mediados del siglo XIII intervenir en tierras occitanas no era ya enfrentarse a una cruzada sino a la poderosa monarquía de los capetos franceses.
A pesar del shock colectivo que supuso la derrota de Muret para hispanos y occitanos, la lucha continuó. Fuerzas de ambos contingentes siguieron presentando batalla en 1214. En Aragón, el tío de Jaime I, Sancho, se hizo cargo de la tutoría del joven rey, la nobleza occitana acabó sometiéndose a la Iglesia, Simón de Monfort ofreció sus territorios en vasallaje al rey de Francia… parecía que la guerra terminaba con victoria para los franco-cruzados. En 1216, encabezados por los desposeídos condes de Tolosa, los occitanos se rebelaron, las tropas de Monfort sitiaron la ciudad de Tolosa. El 25 de junio de 1218, durante una salida de los defensores, una piedra lanzada por una máquina de guerra alcanzó a Simón de Monfort, que falleció allí mismo. En 1223 los occitanos se vieron con fuerzas como para atacar Carcasona, en manso franco-cruzadas desde 1209. Aunque el sitio fue levantado, un año después el hermano del fallecido Simón de Monfort, Amaury de Monfort llegó a un armisticio con Raimon VII de Tolosa. La cruzada Albigense había perdido la guerra. Pero eso no hizo sino precipitar la intervención directa de la monarquía Capeta que envió tropas al sur. Luis VII de Francia, apoyado por el Papa Honorio III, tomó Aviñón en 1226. Tras ello, el poder occitano se desplomó, los vasallos del conde Tolosa juraron fidelidad uno tras otro al rey de Francia que se hizo con el control efectivo del territorio dividiéndolo en dos senescalías reales: la de Beaucaire-Nimes y la de Carcassone-Béziers. El pronto fallecimiento de Luis VII hizo temblar este nuevo dominio, su viuda y regente –minoría de Luis IX- del reino, la reina Blanca de Castilla, alcanzó una solución negociada –previo sitio de Tolosa en 1228- con Raimon VII de Tolosa que nuevamente se había rebelado.
El fin –temporal- del conflicto llegó en 1229 con los Tratados de Meaux-París. El conde de Tolosa perdió muchas de sus tierras, quedó infeudado directamente a la Corona de Francia y tuvo que casar a su primogénita Joana con el hermano del rey francés. En 1241, varios nobles occitanos, Enrique III de Inglaterra, el conde de Tolosa y Jaime I de Aragón sellaron una alianza… que quedó desvanecida con la rápida derrotada de las tropas inglesas en Aquitania en 1242. El monarca aragonés se desentendió entonces abandonando a los occitanos. Esta vez, al derrota fue definitiva, y por el Tratado de Lorris de 1243 el conde Tolosa se sometió totalmente al rey de Francia, perdiendo todos sus castillos. En 1245,a heredera de Provenza, Beatriz intento ser casada con Raimon VII de Tolosa, con el auspicio de la Corona de Aragón. Secuestrada esta por las armas francesas, fue entregada en matrimonio a Carlos de Anjou. Esta última decepción conllevó la total desatención de los asuntos ultrapirenaicos de Jaime I, que había perdido de su órbita Provenza. En 1258 Jaime I de Aragón y Luis IX de Francia firmaron el Tratado de Corbeil por el que el primero renunciaba a sus derechos sobre el sur de Francia y el segundo a los suyos sobre Cataluña. Esa renuncia es una muestra más de que la presencia catalano-aragonesa en lo que pasó a ser el sur de Francia había sido y era todavía a mitad del XIII algo patente.
En 1241 morían sin descendencia los condes de Tolosa Alfonso de Poitiers y Joana de Sant Gèli. En virtud de los Tratados de Meaux-París de 1229 las tierras tolosanas pasaron a dominio directo del monarca francés. Los occitanos llamaron entonces una vez más a catalanes y aragoneses a que acudieran en su ayuda, veían todavía como su señor natural al rey de Aragón. Jaime el Conquistador se mantuvo firme, cumplió lo acordado en Corbeil, e hizo oídos sordos a quienes evocaban a su padre, el buen rey Pedro, el caballero muerto por defender a sus vasallos. No así, su primogénito, el infante Pedro. El que sería Pedro III (1276-1285) buscó a poyos y varios nobles aragoneses y catalanes se mostraron dispuestos a cruzar los Pirineos y combatir junto a los tolosanos frente a los franceses del norte. Jaime I lo impidió, abortó la aventura ultrapirenaica de su hijo y sus vasallos…
Fue el fin del sueño ultrapirenaico de la Corona de Aragón, y el despegue de una escalada bélica entre las monarquías de los Capeto y la Casa de Aragón. El escenario varió en las décadas siguientes: el Mediterráneo. Pedro III fue proclamado rey de Sicilia en 1282 de donde expulsó a los soldados franceses de Carlos de Anjou yen 1285 derrotó a la Cruzada francesa que sitió Gerona.
Daniel Aquillué
Esta entrada es básicamente un resumen del libro de Martin Alvira referido a la batalla de Muret, si bien han sido indispensables en mi conocimiento de la Historia Medieval las clases que cursé durante la Licenciatura, especialmente la de los profesores Germán Navarro, Carmen García Herrero y Mario Lafuente.
BIBLIOGRAFÍA:
ALVIRA CABRER, Martín, Muret 1213. La batalla decisiva de la cruzada contra los cátaros, Ariel, Madrid, 2008.
Comentarios
Publicar un comentario