ARAGÓN Y CATALUÑA, CATALUÑA Y ARAGÓN 1134-1843

"Theatre de la Guerre en Espagne et en Portugal", 1710 (Biblioteca Nacional)


 "Los aragoneses y catalanes (últimos del siglo trece), siempre amigos, derrotaron en Trapana (reino de Sicilia) los ejércitos coaligados de Carlos de Napoles, Felipe el Hermoso, y la Silla Apostólica. Los catalanes y aragoneses, compañeros siempre, dieron segunda rota al mismo ejército en Mesina, coronaron a Pedro 3º en Palermo, y siempre unidos a la vista de la asombrada Europa, tremolaron su enseña vencedora en los reinos de Italia. Ahora bien, Excelentísimo Sr., los aragoneses y catalanes actuales son los mismos, y lejos de haber entre ellos divergencia alguna, conservo la halagüeña esperanza de que, si peligraran nuestras libertades, si maquinadores bastardos tratasen de arrebatarnos la constitución querida, los catalanes y aragoneses, siempre amigos, correrían presurosos a defenderla, y a derramar su sangre, si preciso fuera, pudiendo asegurar a V. E. por mi parte que no sería el último soldado que volase a la muerte o a la victoria (….) será el mayor placer de mi vida contarme como amigo y compañero de los moradores de la S. H. Zaragoza". 
Narciso de Ametller al Ayuntamiento Constitucional de Zaragoza, 16 de agosto de 1843. Fuente: Diario Constitucional de Zaragoza.

Comienzo con una cita del siglo XIX, época en que Nacionalismo (español en esta cita) y Romanticismo se daban la mano en un revolucionario presente y unas esencialistas miradas al pasado más o menos común. Al calor del Liberalismo se creó la Nación, e incluso quienes lo combatieron asumieron la construcción nacional y nacionalista. Buena parte de las actuales visiones de la Historia que tenemos hoy en día siguen bebiendo de aquellas que nos dejaran unos liberales embaucados con un Antiguo Régimen (medieval o moderno) que tan pronto evocaba naciones atemporales como épicas de lucha contra la tiranía y en favor del parlamentarismo u oscuros despotismos monárquicos e inquisitoriales. Narciso de Ametller, autor de la cita inicial era catalán y español, liberal ante todo, progresista avanzado, antiesparterista, evocaba en medio de la crisis de 1843 los lazos históricos entre los habitantes de Cataluña y Aragón, para tranquilizar a una población zaragozana que todavía era partidaria del depuesto regente Espartero, mientras que por el contrario, Barcelona era una de las principales responsables de su caída.
En los siguientes párrafos voy a procurar un esbozo, una síntesis de Historia de dos territorios, Aragón y Cataluña, vecinos hace tiempo, y actualmente Comunidades Autónomas de España (a la espera de saber qué nos deparará el futuro). Comencemos por un principio.
Era el año 1134 cuando en la batalla de Fraga fallecía Alfonso I “el Batallador”, rey de Pamplona y Aragón. No tenía descendencia, y su polémico testamento dejaba sus territorios patrimoniales a las Órdenes Militares (de facto bajo autoridad del Papa de Roma). La nobleza no admitió quedar bajo dominio papal. La pamplonesa buscó un rey y se separó de Aragón. Por su parte, el Reino aragonés dio la corona al hermano del difunto monarca, Ramiro II “el monje”. Ese mismo año se firmaron las capitulaciones matrimoniales entre la hija de Ramiro II y Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona. Este sería Príncipe de Aragón y, su esposa, Petronila, Reina de Aragón. Comenzaba entonces la andadura conjunta de dos entes políticos, la cual se mantendría en el tiempo bajo la denominación de Corona del Rey de Aragón o Corona aragonesa (o Corona de Aragón, siendo otra terminología totalmente incorrecta).
El Condado de Barcelona fue englobando a otros señoríos catalanes, mientras que el Reino de Aragón hacía lo propio, ambos con una expansión feudal, de conquista y repoblación, hacia el sur, ganando territorio y población a Al-Andalus. En aquello tuvieron mucho que ver los “francos”, es decir, gentes venidas del norte de los Pirineos, y también los privilegios que los monarcas daban para los nuevos pobladores y para los existentes (importantes poblaciones mudéjares y judías).
Ambos, el Principado de Cataluña (adoptemos ya esa denominación bajomedieval) y el Reyno de Aragón eran entes políticos feudales, compuestos de diversas formas de señorío, es decir, jurídicas. El rey, a pesar de sus intentos de acaparamiento de poder a través de oficiales reales, la creación de su Casa y Corte, de su mesnada privada, y de una limitada acuñación monetal, era solo una esfera de poder en un mar de cuerpos intermedios. Los señores laicos (duques, condes, marqueses, infanzones etc.), la Iglesia (arzobispos, órdenes militares, monasterios etc.), las ciudades, villas y comunidades de aldeas con sus Fueros y Privilegios, las corporaciones y cofradías de oficio (luego gremios) conformaban esferas diferenciadas apenas unidas por un mismo señor feudal a la cabeza, el Rey de Aragón (y demás títulos que le seguían, pues eran patrimoniales y por orden jerárquico de intitulación nobiliar). Ni siquiera todos tenían la misma religión, pues se coexistía con importantes comunidades musulmanas (mudéjares) y una minoría judía. Es decir, eran sociedades complejas y diversas, de poder fragmentado en la práctica aunque todos reconocieran (no siempre) un mismo monarca.
El siglo XIII supuso la merma territorial de la Corona del rey de Aragón, pues la Cruzada contra los cátaros le privó de la mayoría de territorios ultrapirenaicos del Midi (derrota de Muret, 1213), mientras que ello impulsó a los límites de expansión peninsular (conquistas de Valencia y Mallorca), facilitando una expansión mediterránea, tanto militar como comercial. Las circunstancias geopolíticas del Mediterráeo (el enfrentamiento Bizancio contra la Casa francesa de Anjou), las cuestiones internas en Sicilia (dominio represivo de Carlos de Anjou) y los derechos dinásticos (matrimonio de Pedro III con Constanza de Sicilia) posibilitaron que el Reino de Sicilia quedase integrado en la Corona en 1282. Tras una dura guerra por tierra y mar, el dominio del Mediterráneo occidental quedó para catalanes, aragoneses, valencianos, baleares y sicilianos, esto es, súbditos todos del rey de Aragón.
Cataluña y Aragón, desarrollaron en la Baja Edad Media instituciones propias de gobierno que, representando al variado ente político del Principado y el Reino, mediaban ante el Rey, Estas eran las Cortes (estamentales), las Diputaciones del General (con atribuciones eminentemente fiscales) y los Fueros (leyes). Además, en el Reino aragonés surgió la figura del Justicia de Aragón (con poderes jurídicos).
Económicamente, una vez frenada la adquisición territorial, el desarrollo comercial fue importante. Desde Aragón se exportaban cereales, lana y azafrán, que veían su salida a través de los puertos catalanes hacia los mercados mediterráneos, donde comerciantes catalanes se iban estableciendo, rivalizando con Génova, Pisa o Venecia.
La muerte sin sucesión de Martín I “el Humano” provocó una grave crisis política en la Corona de Aragón. Entre 1410 y 1412 se dio un auténtico juego de tronos con altas dosis de violencias, asesinatos, banderías y demostraciones de fuerza, hasta que tres compromisarios de cada uno de los grandes territorios de la Corona se reunieron en Caspe (previa Concordia de Alcañiz) en 1412 para elegir un nuevo rey común. Oro y fuerza mediante (más que sus contrincantes), Fernando de Antequera, de la Casa Trastámara, se alzó con el trono aragonés. Unas décadas más tarde llegó una unión dinástica entre la Corona de Castilla (también compuesta) y la de Aragón, sellada con Carlos V de Habsburgo. Los siglos XV y XVI fueron de esplendor en lo económico y artístico, pero de una alta conflictividad y tensiones tanto internas, en Aragón y Cataluña: unas noblezas levantiscas, choques institucionales entre el Rey y el Reino/Principado, revueltas campesinas, conflictos con moriscos (mudéjares convertidos al cristianismo, desde 1526) etc.
Bajo la dinastía de los Habsburgo el centro geopolítico de su vasta monarquía universal basculó hacia la nueva corte, la villa de Madrid, en el centro de Castilla. A pesar de ello, y de los intentos de ampliación del poder regio, Aragón y Cataluña continuaron con sus tradiciones bajomedievales. En 1640 un conflicto social estalló en Cataluña, derivando en otro político que acabó con el Principado en manos del rey de Francia temporalmente. En la guerra subsiguiente, la frontera catalano-aragonesa fue frente de guerra, sufriendo a ambos lados sus desastres. Pero pasado este conflicto, tuvo que llegar una gran guerra para que todo cambiase radicalmente.
En 1700 moría Carlos II sin hijos. Dos pretendientes se alzaron en armas en lid por el trono de aquella Monarquía Hispánica: Carlos de Habsburgo (el Archiduque) y Felipe de Anjou (nieto de Luis XIV de Borbón, rey de Francia, otra monarquía compuesta). Fue una guerra internacional y civil, de larga duración. Felipe V juró inicialmente los Fueros y Leyes propias de los diversos territorios de su nueva Corona, pero había recelos. El Principado de Cataluña había perdido los condados del Rosellón y Cerdaña con el Tratado de los Pirineos de 1659, y las tropas del rey de Francia habían llegado a asediar la misma Barcelona a fines del XVII. Junto a una francofobia larvada, intereses económicos, presiones internacionales (se temía una ruptura del equilibrio internacional) y celo por conservar unos Fueros e instituciones propias, una parte sustancial de la población catalana y la mitad de la aragonesa, tomaron las armas en nombre del Archiduque, Carlos III para ellos, en 1705.
En abril de 1707 las tropas franco-hispanas de Felipe V de Borbón vencían en Almansa. Como castigo indiscriminado y general, el monarca aplicó su derecho de conquista, decretando la abolición de todos los Fueros de los reinos de Aragón, Valencia y el Principado de Cataluña, reduciendo esos territorios a las leyes de Castilla. La guerra era su oportunidad de ampliar su propio poder como rey frente a una parte importante de los cuerpos intermedios que le limitaban. Inmediatamente hubo protestas de aquellos aragoneses, valencianos y catalanes (nobles, villas y ciudades) que combatían por él, lo cual le llevó a rectificar mínimamente, manteniendo algunas cuestiones de la foralidad civil y a recompensar con títulos a aquellos borbónicos en esos territorios. Sin embargo, y a pesar de la ofensiva austracista de 1710 (victoria de Zaragoza), la guerra se decantó en 1714, con la toma (tras un largo asedio) de Barcelona (tras cuyos muros se dio un interesante y complejo proceso de movilización, politización y radicalización popular), para Felipe de Borbón, que impuso sus Decretos de Nueva Planta. Moría así la Corona de Aragón y nacía lo que ya se podía llamar Reino de España. Las consecuencias de aquello fueron ambivalentes. Al margen de los desastres de una guerra tan larga, la desaparición de instituciones políticas valencianas, catalanas y aragonesas, y de que para muchos austracistas no quedó otra salida que el exilio, en la cuestión económica se abolieron algunas aduanas internas facilitando el comercio, y el Reino de España (incluyendo las Capitanías militares de Cataluña y Aragón. El poder borbónico procuró afianzarse con una “militarización” de la administración en todos los territorios) no fue ajeno a las corrientes de la Ilustración. Asimismo, en 1766, las ciudades aragonesas y catalanas vivieron aquellos grandes estallidos de motines del pan, con masas populares revindicando unos precios moralmente justos (entre otras cuestiones).
El estallido revolucionario en Francia en 1789 supuso un enfrentamiento entre Revolución y Contrarrevolución que trascendió fronteras. La Guerra contra la Convención Francesa afectó al norte de Cataluña, donde se fomentó un discurso basado en Dios, Patria y Rey frente a unos franceses calificados de impíos y ateos. Poco después llegó 1808 y el estallido bélico y revolucionario español. La sociedad se dividió entre afrancesados y fernandinos, si bien los segundos eran mayoría. Cataluña vivió sometida en gran parte al Imperio napoleónico, a pesar de resistencias como la de Girona y Tarragona, Suchet acabó de imponerse, y Napoleón puso Cataluña bajo dominio directo francés en 4 departamentos. Louis Gabriel Suchet fue nombrado Capitán General de Aragón por Napoleón en 1809, poco después de que Zaragoza capitulase tras dos asedios y decenas de miles de muertos. Vencedor en la batalla de María, afianzó su poder a lo largo del Ebro y sometió los focos de resistencia de una parte importante de Aragón y Cataluña.
Una vez derrotadas las tropas napoleónicas, regresó Fernando VII. Este entró por la frontera de Cataluña en loor de multitudes, llegando a Zaragoza donde fue igualmente recibido como “el Deseado”. Las Cortes que había proclamado la Nación Española y su Soberanía y Libertad en Cádiz -con presencia de diputados aragoneses y catalanes- fueron abolidas, como toda su legislación, por el rey que, esta vez sí, fue absoluto. En 1820 se inició el Trienio Constitucional que fue combatido por guerrillas realistas en todo el norte del Ebro, desde Pamplona a Girona. Algunas de ellas tuvieron especial virulencia en Cataluña, con figuras sanguinarias como el Trapense. Allí combatió Espoz y Mina a sangre y fuego, hasta que la invasión de 100.000 soldados franceses absolutistas, lo cercó seis meses en una Barcelona liberal que resistió hasta noviembre de 1823. En 1827 Cataluña vivió la rebelión de los “malcontents”, un amplio movimiento popular de carácter ultrarrealista. Entre 1833 y 1840, Aragón y Cataluña fueron escenario clave y principal de la Guerra Carlista y la Revolución Liberal, sufriendo importantes batallas, crueles violencias y radicales revoluciones, tanto en las ciudades como en los pueblos. En Cataluña el Conde de España frente a Llauder, Mina y de Meer; en Aragón, Carnicer y Cabrera frente a Álvarez, Evaristo San Miguel, Oráa y Santos San Miguel. Isabelinos contra carlistas. En las retaguardias, la Siempre Heroica Zaragoza, el vedado de la Reina que era Huesca, los milicianos de la La Almoda o Mallén, la Barcelona de las barricadas, fueron focos de la Revolución liberal frente a absolutistas y moderados.
Tras ello llegó la paz, con nombre propio: Espartero, convertido en Pacificador y Regente. Su regencia fue ambivalente. Amado en Zaragoza y Barcelona al principio, odiado por la segunda al final. Zaragoza siempre fue leal esparterista, Barcelona, aunque progresista, temió verse perjudicada por un tratado de libre comercio con Inglaterra que nunca firmó Espartero. Junto a esos temores, los rumores moderados y la pobreza de miles de proletarios, llevó a la rebelión barcelonesa de noviembre de 1842. El regente marchó allí con la tropa, con poderes constitucionales de las Cortes, y bombardeó con 800 proyectiles la ciudad condal. Aquel castigo le pasó factura, perdió apoyos entre los suyos. Aunque eso no evitó que luego, los trabajadores catalanes lo volvieran a convertir en mito liberal. Sin embargo, en 1843, Barcelona y Reus se unieron a la coalición antiesparterista. Lo que no vieron venir fue la reacción doctrinaria. Tras echar a Espartero, a pesar de las resistencias de Zaragoza, los moderados infringieron la Constitución progresista de 1837 y desarmaron a las Milicias Nacionales.
Para salvar la Constitución de 1837 y la Libertad en España, muchos puntos se sublevaron en su favor y pidiendo la reunión de una Junta Central. Aragón y Cataluña fueron los dos territorios que más combatieron por la Junta Central en el otoño de 1843. Así, Barcelona, Girona, Zaragoza, Alcañiz, Figueras… fueron asediados y bombardeados por los ejércitos al mando de generales moderados. Esta vez, infringiendo la Constitución, 35.000 bombas cayeron sobre Barcelona y 800 sobre Zaragoza. Luego llegó el régimen de la espada de Narváez y una Constitución doctrinaria. Y aquí dejo la narración cronológica de esta historia, pues la cita de inicio fue en estos momentos.
Durante el siglo XIX se forja la Nación española desde distintos sectores sociales, políticos y territoriales. Las distintas culturas políticas que pugnaron por el control del Estado, desde carlistas a republicanos, pasando por liberales moderados y progresistas, construían la Nación española, con sus propias visiones de lo que debía ser, conformaban una cultura nacional española. Desde los territorios, hacer región era hacer patria, y no había problema con las identidades múltiples. Hubo que esperar a fin de siglo para que, en Cataluña, la identidad regional deviniese en un nacionalismo propio… pero eso ya es otra historia.



 Daniel Aquillué Domínguez






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