Vientos de
absolutismo: el camino al Estado
El “Estado moderno” es como una muñeca rusa: estados
dentro de estados dentro de más estados.
España como ente político –llamémosle “estado moderno”- se
crea sobre la anulación de otros entes políticos que impedían el camino
homogeneizador o unificador del poder regio, proceso similar al dado en otros
lugares de Europa. Tras decretar la desaparición de instituciones políticas
particulares de los territorios de la Corona de Aragón, el primer Borbón en
sentarse en trono hispano simplificó aquél ente, que ya podemos denominar
España –pero no entendida como nación-, pues entre su jurisdicción, fiscalidad
y ejército –su poder- ya no se interponían estados como Aragón, Valencia o
Cataluña –aunque resistían los fueros vascos y navarros con sus privilegios
fiscales, que no políticos-. Sí se seguían interponiendo estados señoriales
–laicos o eclesiásticos- con su jurisdicción propia, y privilegiados –nobleza y
clero- con su exención fiscal. Los reyes intentaron siempre limitar los poderes
que les hacían competencia, las doctrinas regalistas tendieron a limitar a la
Iglesia y en cuanto a los nobles… con evitar su rebelión ya tenían bastante.
Estos estados intermedios serían barridos por la revolución liberal de
comienzos del siglo XIX, surgiendo entonces el Estado -apellidémosle ahora
“liberal” si se quiere- y desarrollándose la identidad nacional, que si bien
podía haber estado en las mentes de algunos ilustrados o estadistas no fue una
realidad hasta que la nación se hizo sujeto de soberanía y los súbditos, que
debían lealtad a su señor primero y al rey después, se convirtieron miembros de
esa comunidad nacional, esto es, Ciudadanos.
Los que ocurrió en España en 1714 no fue algo excepcional.
En Europa corrían vientos de absolutismo…
El camino hacia
el absolutismo
(Recordando clases y lecturas de
la Licenciatura…)
En Europa occidental los monarcas fueron acumulando poder a
lo largo de la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) pasando de monarquías
puramente feudales a unas monarquías con cierto carácter "estatal",
si bien la organización seguía siendo feudal.
La acumulación de poder en manos de la Corona se
aceleró a partir de fines del siglo XV y tuvo altibajos a lo largo de la época
moderna, pareciendo su punto álgido en el Continente -no en Inglaterra- en el
siglo XVIII cuando incluso derivó en "despotismo" -el rey era
"absoluto" pero tenía "límites" de las jurisdicciones
eclesiásticas, nobiliares o de oligarquías urbanas, los llamados "cuerpos
intermedios"- es decir, sobrepasó los "límites" del poder que
podía acumular. Por tanto, el absolutismo es un sistema de gobierno que implica
mayor poder en la figura del Rey pero no un poder total.
Por países:
- En
la Monarquía de los Austrias hispanos (España): en el siglo XV la
dinastía de los Trastámara había derrotado a la nobleza levantisca en la guerra
civil o se la había atraído con títulos a la par que reforzaba su poder con la
Inquisición o que las tierras descubiertas fuese de realengo (esto es, patrimonio
real), con Carlos V llegan los Austrias que continúan esa política de
reforzamiento del poder real. Éste somete a las oligarquías urbanas castellanas
tras derrotarles en Villalar (Comuneros) en 1525, a partir de entonces las
Cortes estamentales castellanas serían solo consultivas y votarían
servicios (impuestos). El conde-duque de Olivares pretendió en el siglo XVII,
con Felipe IV, una mayor autoridad real en sus territorios, sin éxito. En
los territorios de la Corona de Aragón se mantuvo una monarquía más limitada
que en Castilla por el peso de las Cortes y
Diputaciones/Generalidades/Generalitats de los distintos territorios (Aragón,
Cataluña, Valencia) hasta la Guerra de Sucesión (1701-1716) en que una nueva
dinastía, Felipe V de Borbón, utilizando su "derecho de conquista"
frente a "rebeldes" suprimió la mayor parte de los Fueros de la
Corona de Aragón y sus instituciones (Cortes y Diputaciones/Generalidades) con
los Decretos de Nueva Planta (1707, 1714, 1716). A lo largo del siglo
XVIII, los Borbones y sus reformas tendieron a una mayor concentración de
poderes en manos del rey, si bien mantenía privilegios de nobles, Iglesia y
ciudades y villas.
- En
la Monarquía francesa de los Valois primero, Borbones después
(1598, Enrique IV de Francia) el proceso fue más o menos así: en el siglo XV la
monarquía salió reforzada de su victoria en la Guerra de los Cien Años, durante
el siglo XVI la monarquía fue muy débil a causa de las divisiones que
provocaron las sucesivas Guerras de Religión entre católicos y protestantes
(hugonotes) que acabaron con la dinastía Valois. Con los Borbones comenzó una
progresiva acumulación de poder que se derrumbó con la minoría de edad de Luis
XIV y las revueltas de la Fronda (década 1650) pero que tras su derrota produjo
de nuevo el reforzamiento monárquico en el ya reinante Luis XIV "rey
Sol" y sus sucesores hasta que Luis XVI perdió la cabeza, literalmente, en
1793.
- En
la Monarquía inglesa pasó al revés que en Francia y España
(que había ido más o menos de menos poder real a más poder, de pactismo a
absolutismo). La monarquía Tudor que había salido débil de una guerra civil en
el XV (Guerra de Las Dos Rosas, tras la de los Cien Años) se consolida
con Enrique VIII y su patrimonialización de la Iglesia (iglesia anglicana de la
que es cabeza) y después con Isabel I. En el XVII la dinastía Estuardo acumula
aún más poder, tanto que suscita la rebelión del Parlamento en 1640 y Carlos I
pierde, literalmente, la cabeza en 1649. Con la restauración de la monarquía años
después, Carlos II se ve limitado en su poder hasta que finalmente es expulsado
con la Revolución Gloriosa de 1688. La nueva dinastía, los Orange, se entroniza
bajo la condición de estar limitada por la "Declaración de derechos"
y el Parlamento. Es una monarquía pactista que se desarrolla en el XVIII, ya
como Reino Unido de la Gran Bretaña (1707).
Barcelona
Bombardeada. 11 de septiembre de 1714 y más Historia
El 11 de septiembre de 1714 se producía el gran
asalto de las tropas borbónicas a Barcelona. al día siguiente la ciudad condal,
uno de últimos bastiones austracistas, capitulaba. La Guerra de Sucesión había
finalizado en la Península tras diez años. El conflicto internacional se había
resuelto con diversos Tratados en Utrecht y Rastatt.
PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio, “Introducción. Desasosiegos
nacionalistas y pactos de soberanía”, pp. 7-32.
“Se hace urgente la pedagogía contra el conflicto violento.
Frente a las mitificaciones del pasado, el historiador tiene la obligación de
rescatar la complejidad de cada hecho histórico para desmontar las
interpretaciones monolíticas y unidimensionales. También le concierne a la
historia desentrañar cómo se han construido las identidades en las que vivimos
sumergidos, porque, aunque se piensen a sí mismas como esencias y sustancias
naturales, toda identidad está fabricada por distintos actores sociales y con
intereses siempre cambiantes” (pp. 7-8). “(…) ninguna sociedad es un bloque
compacto y homogéneo, sino que, por el contrario, está organizada por clases y
grupos sociales con intereses distintos e incluso opuestos (…) lo cierto es que
no se puede hablar de sociedad española o de sociedad catalana como si fuesen
dos bolas de billar que chocan entre sí o que se mueven por separado.
(…) Así, en este libro se constata que los momentos más
conflictivos de esta historia en común no consistieron en choques entre
Cataluña y España, como si fuesen dos sociedades homogéneamente enfrentadas,
sino que se produjeron entre sectores e intereses de las clases sociales que
respectivamente las integraban.” (p. 9).
“(…) ni las identidades ni las culturas son inmutables.
Conviene subrayarlo porque todas las identidades nacionales, sea la española,
la catalana o cualquier otra, son fabricaciones históricas (…) No las impulsa
un destino predeterminado ni existe un hilo conductor desde la noche de los
tiempos hasta el presente” (p. 10).
Entre los siglos XVI y XIX, en lo que hoy es España se pasó
“de la monarquía plurivasallática al estado nacional” (p. 11).
TORRES, Xavier, “La guerra de separación de Cataluña en la
Monarquía hispánica de los Austrias (1640-1659)”, pp. 33-64
En 1640 “el conflicto dio comienzo con una insurrección
rural y popular de grandes proporciones contra los tercios de Felipe IV;
prosiguió con una rebelión (o resistencia) provincial e institucional,
encabezada por Pau Claris y la Diputación catalana; y terminó (es un decir) con
la incorporación de aquel antiguo principado a la corona francesa a principios
del año 1641. La guerra subsiguiente, entre las monarquías de Francia y España,
con Cataluña de por medio, tuvo sus altibajos,” (p. 33) “y a raíz de la Paz de
los Pirineos (1659), Felipe IV pudo recobrar una Cataluña algo disminuida o
troceada por la desmembración del condado de Rosellón y una parte del de
Cerdaña” (p. 34).
“El trasfondo de un conflicto tan dilatado –o
periódicamente renacido- no era sino el pulso jurisdiccional entablado entre la
Diputación catalana –o más exactamente, quizá, las mencionadas juntas de Brazos
y las Dieciochenas correspondientes, cada vez más crecidas- y la Corona –o sus
ministros, también crecientemente envalentonados- en materia de creación e
interpretación del derecho” (p. 36). [Contenciosos que se daban también, p. e.
en Aragón].
“Pactismo a la catalana” (p. 38 y ss.). Una fuente de
inspiración eran “alguno de los tratadistas aragoneses de la revuelta de 1591”.
La monarquía hispánica era compuesta, unida sólo por un mismo rey y una misma
religión. “Y si en el ámbito de la Corona de Castilla, con unas ciudades
fuertes, pero con unas Cortes débiles, la voluntad del monarca no encontraba
–comparativamente- demasiadas cortapisas legales, no ocurría lo mismo en los
territorios de la Corona de Aragón, especialmente en el reino del mismo nombre
y en el Principado de Cataluña, donde prevalecía –por lo menos sobre el papel-
una forma de soberanía –como se llamaría ahora- fundada en el principio del
“rey en Cortes” (…), eso significaba, en pocas palabras, que el monarca no
podía legislar a su antojo, sino en presencia y con el asentimiento de los
estamentos provinciales (…) reunidos en Cortes” (pp. 42-43). Un sistema
institucionalizado de equilibrios.
“Por supuesto, la propia noción de ley imperante por
entonces en todas partes (…) distaban mucho de favorecer la igualdad entre
individuos y estamentos” (p. 44). Si en Cataluña algo podía crear “identidad”
en el XVII no era ni la lengua ni la historia, sino el derecho, la legislación
salida de las Cortes (p. 46). La alianza entre la Corona y las élites
provinciales, no institucionalizada sino a través de redes clientelares mantenía
a las monarquías compuestas del periodo, lo que no evitaba que surgieran
tensiones (p. 48).
“Olivares se quejaba abiertamente de la falta de empatía o
comunicación entre los distintos súbditos de la monarquía, (…) La Unión de
Armas levantó ampollas en todas partes. Pero fue en Cataluña donde se originó
una crisis política sin parangón;” (p. 49). Las Cortes de 1626 quedaron
inconclusas, en 1635 estalló la guerra entre Francia y España, haciendo de
Cataluña zona de tránsito de los tercios, con los consiguientes roces y
escaramuzas entre soldados y lugareños, aunque por otro lado se despertaron
celebraciones por las victorias, ya que en “Barcelona, por lo menos, el
levantamiento del asedio francés de Fuenterrabía en el año 1638 se celebró por
todo lo alto; o no menos que en Sevilla” (p. 52). “A principios del año 1640,
la nobleza y los somatenes del Principado tampoco vacilaron en movilizarse en
masa, al lado de los tercios de Felipe IV, para recobrar la fortaleza
fronteriza de Salses” ya que entonces el enemigo aún eran “los herejes
franceses” (p. 53).
La situación a partir de entonces fue “una mezcla de
confusión, radicalización y azar” ya que “ninguno de los actores implicados
pudo actuar a su antojo o manejar aquella crisis a su gusto” por la irrupción
de factores imprevistos como “la revuelta popular contra los tercios” y “la
acción directa de la plebe urbana” (p. 54). “Nunca las elites contaron tan
poco: he aquí, pues, una de las claves del rompimiento, aunque no sea la única”
(p. 55). Nadie contaba con el estallido popular y el asesinato del virrey que
reduciría el margen de negociación. Por entonces, las autoridades catalanas,
con Pau Claris al frente como presidente de la Diputación “estaban
horrorizadas” y muy a duras penas controlaron “las sucesivas envestidas de los
segadores y jornaleros que habían irrumpido en la ciudad y que en los días
sucesivos, con la aquiescencia o complicidad del pueblo menudo y arrabalero de
la urbe, se cebaron en particular en la persona de algunos magistrados”. En los
meses siguientes continuó “esta guerra entre pobres y ricos” con “partidas de
campesinos armados” que “llevaban de cabeza a las autoridades” (p. 56). “La
guerra y sus avatares, ciertamente, truncaron lo que parecía ser una auténtica
revuelta social en ciernes” (p. 57).
Varios dirigentes catalanes, entre ellos Claris, parecieron
haber confiado en un acuerdo in extremis con la Corona, pero la campaña militar
iniciada en noviembre por el marqués de Vélez y su saqueo de Cambrils dio al
traste con ello. Esto aceleró la alianza con Francia, que ya habían planteado
algunos nobles, iniciándose una larga guerra en que “los alojamientos de las
tropas francesas se hicieron tan odiosos para la mayoría como los de los
tercios de Felipe IV unos años antes” (pp. 61-62).
NADAL, Joaquim, “La Guerra de Sucesión a la Corona de
España en Cataluña (1705-1714)”, pp. 65-93.
En la segunda mitad del XVII, Cataluña fue un escenario
bélico permanente entre la monarquía de los Austrias y la francesa (p. 65). En
1697 las tropas francesas llegaron a sitiar y tomar incluso Barcelona, dando
pie a un creciente sentimiento antifrancés (p. 66). Predominaba el ideal
pactista que se había ido creando en la Corona de Aragón y se veía Holanda como
modelo económico y político (p. 69).
El testamento de Carlos II generó alarma internacional por
la posibilidad de la unión de las monarquías hispana y francesa, dando lugar a
la Alianza de la Haya y la guerra contra Felipe de Anjou y Francia en 1702, una
auténtica guerra mundial que, además, fue una guerra civil en los territorios
de la monarquía hispánica. En 1711, al convertirse el pretendiente Carlos de
Austria en Emperador, el peligro para el equilibrio internacional pasó a ser la
unión del imperio austriaco con la monarquía hispánica (p. 71). La guerra dejó
1.200.000 muertos (p. 71).
“La guerra en la península fue a todas luces una guerra
civil entre territorios, de modelos territoriales y políticos y entre personas.
Porque, como es bien sabido, en una guerra civil abunda de todo menos las
grandes unanimidades. (…) Felipe V aplicó sin miramientos el derecho de
conquista y de ocupación militar, (…) Habría que añadir que tampoco en el
propio territorio catalán se podría encontrar actitudes unánimes” (p. 72).
“Cataluña vivió una evolución clara desde posiciones al inicio marcadamente
constitucionalistas y antifrancesas, a actitudes de adhesión a la causa
austracista durante la guerra que finalmente alcanzó posiciones directamente
patrióticas y republicanas, de cuño popular y radical, en los momentos finales
anteriores al desenlace” (p. 73).
En las Cortes de 1701-1702 Felipe V juró las constituciones
en Barcelona, prevaleciendo el pactismo. De igual modo, en 1705 el Archiduque,
Carlos III se aprestó también a convocar Cortes y jurar las constituciones. La
intransigencia del nuevo virrey Velasco y la proximidad del desembarco aliado
habían propiciado un movimiento deEn las Cortes de 1701-1702 Felipe V juró las
constituciones en Barcelona, prevaleciendo el pactismo. De igual modo, en 1705
el Archiduque, Carlos III se aprestó también a convocar Cortes y jurar las
constituciones. La intransigencia del nuevo virrey Velasco y la proximidad del
desembarco aliado habían propiciado un movimiento de adhesión al Archiduque
Carlos en 1704-1705. En 1707 las tropas borbónicas vencieron en Almansa y “no
sin pesar de algunos sectores borbónicos moderados y constitucionalistas, se
produjo una vuelta de tuerca centralizadora y absolutista”. De nada sirvió la
ofensiva austracista de 1710 que acabó derrotada en Brihuega y Villaviciosa. A
partir de 1711 se iniciaba una nueva guerra, de los catalanes contra Felipe V,
ya que lo sucedido en Aragón y Valencia no permitían albergar ninguna esperanza
(p. 79). Los Tratados de Utrecht en 1713 y de Rastadtt/Baden en 1714 pusieron
fin al conflicto internacional.
“Durante un tiempo los aliados y también el emperador
habían mantenido la guerra en Cataluña como un instrumento para obtener mejores
bazas en la negociación. Cuando se cerró el proceso de los tratados, la
resistencia a ultranza de los territorios que seguían fuera del dominio de
Felipe V, y en particular Barcelona y Cardona, se produjo por la determinación
de las instituciones y de la sociedad catalana, y más particularmente la
barcelonesa, a no ceder” (p. 81). “El argumento decisivo fue la defensa de los
privilegios y de las constituciones”. En julio de 1713 las últimas tropas
austriacas abandonaban Barcelona, Cataluña quedaba a su suerte (p. 82). La
Junta de Brazos se reunió y decidió continuar la resistencia. A partir de
febrero de 1714 toda la iniciativa quedó en manos del Consell de Cent. En el
verano de 1714 el duque de Berwick tomó la dirección del sitio borbónico de
Barcelona. Al frente de 40.000 soldados, los bombardeos y las brechas en los
muros barceloneses auguraban un pronto final. Rafael Casanova y Antonio de
Villaroel dirigían a los defensores.
El día del asalto final a Barcelona fue el 11 de septiembre
de 1714 tras el fracaso de las negociaciones para una capitulación. El día 13
se produjo la ocupación definitiva de la ciudad, tras lo cual Berwick inició
una represión mientras que por otra parte, exoneró algunos dirigentes civiles
como Casanova. El fin de la Guerra de Sucesión provocó el exilio de 30.000
austracistas (p. 86) y la implantación del modelo borbónico. Ernest Lluch
escribió en 1994 que “La derrota de 1714 supuso la pérdida de las libertades
catalanas y de las libertades españolas defendidas desde Barcelona” (p. 90).
-
Los dos últimos capítulos del citado libro son referentes a
la Cataluña y Barcelona de la Revolución Liberal y Guerra Carlista de 1833-1840
y regencia de Espartero 1840-1843, y referente a la Semana Trágica de
Barcelona. El primero de ellos está escrito por Manuel Santirso y tras hacer un
repaso a los sucesos de aquellos convulsos años señala cómo la Revolución
Liberal en España también se hizo desde Barcelona y cómo durante los
bombardeos de Barcelona de 1842 y 1843 había dentro y fuera de la ciudad catalanes
partidarios y detractores y que, en ningún caso tuvieron matices nacionales
aquellos conflictos. Pero estas cuestiones me las dejo quizás para otra
entrada...
Estos días que he leído algo sobre la revolución inglesa
del siglo XVII y algo sobre la Guerra de Sucesión Española... he pensado en el
hipotético caso de que se hubiese podido desarrollar -es decir, con victoria
militar- el radicalismo popular que se dió en la Cataluña austracista a partir
de 1713... y he pensado que una de dos:
O sus impulsores -pequeños burgueses, artesanos, clases populares urbanas y sectores campesinos con una religión bastante heterodoxa quizás similares a los cavadores, niveladores y demás "trastornados" ingleses del XVII- hubieran acabado en prisión, en la horca o demás patíbulos por las autoridades austracistas, catalanas o no.
O bien, los nobles -catalanes, austracistas o no- y la burguesía protocapitalista hubiesen caído vícitimas de la justicia popular o colgado de la horca...porque los franceses aún no habían puesto de moda la guillotina.
O sus impulsores -pequeños burgueses, artesanos, clases populares urbanas y sectores campesinos con una religión bastante heterodoxa quizás similares a los cavadores, niveladores y demás "trastornados" ingleses del XVII- hubieran acabado en prisión, en la horca o demás patíbulos por las autoridades austracistas, catalanas o no.
O bien, los nobles -catalanes, austracistas o no- y la burguesía protocapitalista hubiesen caído vícitimas de la justicia popular o colgado de la horca...porque los franceses aún no habían puesto de moda la guillotina.
1714, fin de la
Guerra Civil y ¿una involución política?
La Guerra de Sucesión Española fue un
conflicto con múltiples caras y en la que se jugaron diferentes cartas: una
guerra dinástica, una guerra internacional y muchas guerras civiles.
Guerras civiles pues
las legitimidades hacia un rey u otro dividieron a las autoridades, ciudades,
villas y pueblos de los territorios peninsulares de la Monarquía de los
Austrias de Madrid. Si la Corona de Castilla fue mayoritariamente borbónica –y
sobre todo las provincias vascas y el Reino de Navarra- y el Principado de
Cataluña lo fue austracista –a partir de 1705-, ello no implica que no hubiera
castellanos austracistas y catalanes borbónicos, y esas minorías sufrieron
exilio. En los reinos de Aragón y Valencia la población se dividió casi al 50%,
la mitad apoyaba a Felipe de Anjou y la otra mitad a Carlos de Austria. Por
tanto, tras lo dicho hubo guerra civil, no entre españoles –pues no existía
España como ente-, sino entre los propios castellanos, catalanes, aragoneses,
valencianos…
Los Decretos de Nueva Planta ¿Una involución política? Se suele decir que la Guerra de Sucesión enfrentó dos
proyectos políticos: absolutismo frente a pactismo. Pero ello no estaba nada
claro hasta al menos 1707 cuando tras la victoria de Almansa, Felipe V ejerce
sus derechos de conquista y abole los Fueros y Libertades –leyes e
instituciones propias- de Aragón y Valencia. En 1714 le tocó el turno a
Cataluña. Bien, ¿fue ello una involución política? Depende de cómo lo veamos.
Si lo comparamos con lo que había antes y lo que hubo
inmediatamente después, lo fue, desaparecieron órganos de representación del
reino –si bien netamente estamentales-, desparecieron privilegios generales que
favorecían a una parte sustancial de la población y otros privilegios de unas
minorías, por tanto, visto así, fue una involución política.
Si comparamos con lo que existía en la Europa del momento…
pues sí, fue una involución no continuar por los pasos del pactismo
y parlamentarismo británico… pero eso era la excepción porque en el
Continente predominaban las monarquías absolutas, por tanto, fue involución
política pero era la tónica general europea.
Si lo vemos a largo plazo… el afianzamiento de la monarquía
absoluta supuso la posibilidad de una revolución liberal y el establecimiento
de sistemas representativos y a la larga y con muchos vaivenes condujeron
–aunque bien podrían no haberlo hecho, no estaba escrito el destino- al sistema
actual con sus defectos, pero no muy diferente del de nuestros vecinos. Si se
hubiesen mantenido los sistemas pactistas de la Corona de Aragón ¡hubiésemos
sido un sistema parlamentario al estilo inglés! Pues igual sí, es probable…
pero a la larga… ¿seguro que el sistema inglés es tan bueno? Mantienen una
cámara aristocrática –no electa totalmente- como la de los Lores, mantienen una
monarquía más costosa y estrafalaria ¡que además es cabeza de una confesión! No
sé yo… qué es mejor, la verdad.
Para ir acabando ¿1714 fue una involución económica?
Pues todo parece apuntar a que no, ya que las medidas borbónicas tendieron
a eliminar algunas aduanas internas lo cual sentó bases para crear
un mercado “nacional”, lo cual aumento los beneficios económicos de unos y
otros, estableciéndose los pilares de la protoindustria barcelonesa.
Y finalmente ¿1714 fue una involución identitaria?
Si proyectamos nuestra mentalidad nacionalista presente hacia el pasado sí,
pero si entendemos que las naciones son comunidades imaginadas (B. Andersson),
construcciones de las revoluciones liberales de fines del XVIII y el XIX, pues
no porque no existía identidad nacional ni catalana ni española ni francesa. La
identidad del campesino de Lleida siguió siendo la de su señor, y a ese
señor que podía ser un monasterio, un noble catalán, castellano o
aragonés, le daba igual que le hablase en catalán, en castellano o lo que fuera
mientras pagase. Y de hecho, ese campesino siguió hablando en catalán y muy
probablemente no aprendería castellano hasta varias generaciones después,
quizás a fines del siglo XIX cuando ya llevaba varias décadas siendo tan
español como uno de Albacete aunque hablasen distinta lengua.
Algo de bibliografía:
FLORISTÁN, Alfredo, Historia de España en la Edad
Moderna, Ariel, 2004.
Bennassar, B., et alii, Historia Moderna, Akal, 1980.
PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio (coord.), Los bombardeos
de Barcelona, Catarata, Madrid, 2014.
COLÁS LATORRE, GREGORIO, “Los decretos de Nueva
planta en Aragón: una involución política”, L’ aposta catalana a la
Guerra de Successió 1705 – 1707. Actes del congrés celebrat a Barcelona dels 3
al 5 de noviembre de 2005 al Museu d’Historia de Catalunya, Barcelona,
2007.
KAMEN, HENRY, La
Guerra de Sucesión en España (1700 – 1715), Barcelona, Grijalbo, 1974.
Además, para esta entrada, he utilizado apuntes de la
profesora Encarna Jarque, de la Universidad de Zaragoza, que tomé en sus clases
durante la Licenciatura.
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